Serie de artículos en The Economist
sobre el euro, Merkel, Alemania, etc, completísimos, que animo a que los lean. La mayoría de estos artículos no están blindados, pero tampoco es un dispendio enorme comprarse la revista.
La UE, ideada por Monnet, de un grupo de países dirigidos por una casta de tecnócratas por encima de los poderes nacionales, parece haber llegado a su límite hace ya tiempo.
Yo cifro el comienzo de la decadencia en Maastricht, donde se firmó un tratado hace 20 años, cuya complejidad refleja, en el fondo, la desconfianza mutua que subyace en toda esta saga de la Unión Europea, sobre todo entre Alemanes y Franceses. Toda esta historia se empezó para superar esa desconfianza, pero en cada paso constitutivo vuelven a salir sus señas a raudales. Y me parece de sentido común pensar que con esa desconfianza no se pueden construir cosas complejas y ambiciosas, como el euro. Al fin y al cabo, ¿Qué es la negativa de Alemania a que el BCE salve la deuda en crisis sino una manifestación de esa desconfianza? (Se imaginan a EEUU poniendo en peligro su sagrada unión por la quiebra de California, poniendo a ese estado en el borde del precipicio de la exolusión?). Si no se ha superado esa desconfianza con todo los artificios que se han erigido, sería más sensato plantearse unos límites y no sobrepasarlos. Pero quizás sea tarde para la prudencia.
El déficit democrático, que se ha menospreciado hasta ahora, está empezando a ser cuestionado por los hechos: Ahora, cualquier decisión europea no es fácilmente aceptada "en casa", cuando los políticos nacionales vuelven a sus hogares y son recibidos como si hubieran estado un fin
de semana de parranda (no en España, donde tragamos todo con más facilidad).
Se elevan cada vez más muros de incomprensión, que paradójicamente, ante el hundimiento, lleva a los ineptos burócratas a tomar decisiones discutibles, como elevar ahora la ratio de capital de los bancos al 9%, o ponerse a diseñar impuestos que ahuyentan a los inversores. Otro signo de desconfianza: el afán de igualar por arriba la presión fiscal, nunca desaparecido en todo el proceso de "construcción" de la UE. Si algo ha muerto, antes del euro, es la burocracia europea, que se ha tomado -o se le han cedido- demasiados trozos de soberanía en 50 años de historia, pero no ha sabido hacer de ello algo sólido y eficaz. Sobre esto cunde la idiotez supina que la democracia es un ente superior a la nación, cuando es todo lo contrario: la nación hizo a la democracia. Eso dice la historia, pero la historia ha sido despreciada y pisoteada por los arrogantes señores de Europa.
¿Hay que volver a Maastricht, donde nació el euro, para revisarlo? Y qué hacemos con el euro, asistir a su caída, impasibles? Ya es tarde para eso, pero también tarde para reflexionar con paciencia. Sólo podemos desear evitar lo peor, que ya hemos descrito (La-caida-de-occidente) y que The Economist refleja perfectamente:
sobre el euro, Merkel, Alemania, etc, completísimos, que animo a que los lean. La mayoría de estos artículos no están blindados, pero tampoco es un dispendio enorme comprarse la revista.
La UE, ideada por Monnet, de un grupo de países dirigidos por una casta de tecnócratas por encima de los poderes nacionales, parece haber llegado a su límite hace ya tiempo.
Yo cifro el comienzo de la decadencia en Maastricht, donde se firmó un tratado hace 20 años, cuya complejidad refleja, en el fondo, la desconfianza mutua que subyace en toda esta saga de la Unión Europea, sobre todo entre Alemanes y Franceses. Toda esta historia se empezó para superar esa desconfianza, pero en cada paso constitutivo vuelven a salir sus señas a raudales. Y me parece de sentido común pensar que con esa desconfianza no se pueden construir cosas complejas y ambiciosas, como el euro. Al fin y al cabo, ¿Qué es la negativa de Alemania a que el BCE salve la deuda en crisis sino una manifestación de esa desconfianza? (Se imaginan a EEUU poniendo en peligro su sagrada unión por la quiebra de California, poniendo a ese estado en el borde del precipicio de la exolusión?). Si no se ha superado esa desconfianza con todo los artificios que se han erigido, sería más sensato plantearse unos límites y no sobrepasarlos. Pero quizás sea tarde para la prudencia.
El déficit democrático, que se ha menospreciado hasta ahora, está empezando a ser cuestionado por los hechos: Ahora, cualquier decisión europea no es fácilmente aceptada "en casa", cuando los políticos nacionales vuelven a sus hogares y son recibidos como si hubieran estado un fin
de semana de parranda (no en España, donde tragamos todo con más facilidad).
Se elevan cada vez más muros de incomprensión, que paradójicamente, ante el hundimiento, lleva a los ineptos burócratas a tomar decisiones discutibles, como elevar ahora la ratio de capital de los bancos al 9%, o ponerse a diseñar impuestos que ahuyentan a los inversores. Otro signo de desconfianza: el afán de igualar por arriba la presión fiscal, nunca desaparecido en todo el proceso de "construcción" de la UE. Si algo ha muerto, antes del euro, es la burocracia europea, que se ha tomado -o se le han cedido- demasiados trozos de soberanía en 50 años de historia, pero no ha sabido hacer de ello algo sólido y eficaz. Sobre esto cunde la idiotez supina que la democracia es un ente superior a la nación, cuando es todo lo contrario: la nación hizo a la democracia. Eso dice la historia, pero la historia ha sido despreciada y pisoteada por los arrogantes señores de Europa.
¿Hay que volver a Maastricht, donde nació el euro, para revisarlo? Y qué hacemos con el euro, asistir a su caída, impasibles? Ya es tarde para eso, pero también tarde para reflexionar con paciencia. Sólo podemos desear evitar lo peor, que ya hemos descrito (La-caida-de-occidente) y que The Economist refleja perfectamente:
"The technical challenges are not great. What is vastly under-estimated by advocates of euro exit is the financial and social chaos that would ensue both in the departed country and in the rest of the world. A euro break-up would not, as some seem to believe, be a slightly messier version of the ERM crisis of 1992-93. It would be a gigantic financial shockwave. Once departure by Italy were a serious prospect, there would be runs on its banks as depositors scrambled to move savings to Germany, Luxembourg or Britain, in order to avoid a forced conversion into the new weaker currency. The anticipated write-down of private and public debts, much of which is held outside Italy, would threaten bankruptcy of Europe's integrated banking system.There would be runs on other countries that might even consider leaving. A taboo would be broken. Credit would collapse. There would be a dash for cash (those €500 euro notes would come in handy). Businesses short of it would go under. Capital controls and restrictions on travel would be needed to contain the chaos. Once the recriminations start, the survival of the European Union and its single market would be under question. It's all a frightening prospect. But that doesn't mean it won't happen."