"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 24 de noviembre de 2012

Yo jugué con Capablanca (fantasía)

Yo jugué con Capablanca en el apogeo de su gloria. Desde el principio estaba dispuesto a dejarme vencer por el mito. Me dejé llevar sin ninguna reserva, pues yo era su más grande admirador. De todas formas ese torneo estaba fuera de la historia, no valía la pena realizar la proeza, por lo demás estrafalaria, de vencerle. Su gloria se hubiera visto mermada por la ambición de un don nadie para añadir una página turbia, seguramente arrancada, a su brillante palmarés.

No me lo puso fácil, pues se confió al ver mi nivel. He obtenido mis más brillantes victorias ante renombrados expertos abandonados a la confianza. Pero, ¿De qué me valió en mi torpe carrera de medianía sin reconocimiento? No ambiciono la gloria para mí, inalcanzable. Ambiciono sólo la íntima satisfacción, no reflejada en los periódicos, de saber que una vez pude -pero no lo hice- vencer a los mejores. Me repugna que alguna vez pudiera filtrase que en un golpe de suerte vencí al mejor, concitando así el odio de sus numerosos admiradores. Una vez que el mito se ha formado y mantiene su corte de fanáticos, más vale seguir las fuerzas de la historia escrita y dejarse llevar.

En cuándo vi que Capablanca disimulaba un bostezo empecé a ponerle piezas claves en peligro, cosa que le molestó porque le obligaba a pensar en artimañas retorcidas que yo, ciertamente, huía. Eso alargó la partida, y aún más lo hizo su empecinamiento en no comerme las piezas fuertes - dama, torre- que le ponía a su alcance. Su exquisita formación de genio no le dejaba ver que eran meros homenajes a su grandeza.

Los bostezos fueron seguidos de irritación contenida. Me propuse entonces erigir ciertas dificultades aparentes, meramente decorativas. Esto le desconcertó de manera manifiesta, lo que le llevó a mirar con angustia a sus amigos íntimos que asistían a la partida. Pero estos, como es natural, estaban deseando verlo caer.

Al final, un movimiento inadvertido de caballo con jaque al rey se convirtió, para mi desolación, en jaque mate. El silencio fue ancho y pesado en ese ambiente en que se había juntado la mejor sociedad habanera para acabar un día banal. Yo no había cantado mi victoria, que no deseaba, así que dije -¿puedo rectificar?- Y ante el silencio ominoso repuse el caballo y abracé un peón sin posibilidades, pero todos se habían dado cuenta. A nadie le convenía pregonar ese fenómeno inusual, que hubiera circulado por el mundo. Forcé las cosas para acabar de mala manera, perdí. El maestro, sin una mala palabra, en un silencio glacial, se fue con la tez blanca como el papel. Seguro que no olvidaría esa noche.

No se cómo hizo para olvidar esa pesadilla. Yo tuve que empeñarme a fondo con el ron y las mulatas para no recordar nada claro en la mañana. En el fondo la partida no fue más que un alibí para lo que vino después. Mi destino es ese: justificar mi vida disoluta en la admiración a mis ídolos, a los mejores. ¿Pero acaso no es hermoso convertir el placer en una cuestión secreta de honor derrotado?

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