"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

domingo, 13 de enero de 2013

El espíritu de la letra

Una Constitución no es apreciable por lo que dice, sino por la clase de sociedad que se ha desarrollado bajo su nombre. La Carta Magna puede ser perfecta, y a la vez perfectamente inútil. La Constitución mexicana se hizo calcada de la de EEUU, pero el resultado, desde el punto de vista del ejercicio del poder, fue radicalmente opuesto.
Una Constitución debe ser el proyecto (de una Nación) como cauce del ejercicio de poder, pero sus virtudes no están en la perfección técnica, sino en cómo los grupos de poder ejercen éste. Hay dos elementos clave: la Nación y el ejercicio del poder con prudencia. Debe existir un fondo común inalienable entre los grupos de poder y la sociedad sobre la Nación. Sin ese mínimo pilar común, la estabilidad es muy difícil. Los intentos de cada grupo de debelar desde el gobierno a los demás, a costa de la Nación, deshacen la confianza de todos en las instituciones.
La Constitución española de 1978 ha fracaso. Pero no creo que ella tenga la culpa: no creo que en su texto este diseñada la senda de ese fracaso. Tiene sus fallos, como todo texto constitucional, pero su fracaso se debe a sus venales intérpretes, no a su texto literal.
Ahora se habla cada vez más de reformarla, y sería liquidar de un plumazo el periodo constitucional más largo de la Historia de España. Los proyectos que albergan los que serían encargados de su reforma son delirantes, sueños de la razón que producen monstruos. Cada uno destila una visión de la sociedad deformada por su ideología, a la que aplica epítetos sin ton ni son como "federal" "Republicana" , "igualitaria", "liberal", sin pensar ni por un segundo si sus sueños encajarían en una sociedad como la española.
En el momento actual, el máximo responsable de defender la Constitución tiene suficientes recursos en su texto para parar su caída. Lo que no tiene es tiempo, y cada vez menos. Tampoco tiene valor y decisión, y parece que le complacería que el tiempo se agotara, para poder culpar a la otra parte del desastre.
En nombre de la Constitución se le han hecho las peores atrocidades, algunas irreversibles. Una de esas atrocidades es la injusticia clamorosa, la división de la justicia entre los políticos y los súbditos (porque difícilmente podemos llamarnos ciudadanos en un estado de cosas en que los políticos no pagan por sus crímenes, mientras que los demás no tenemos seguridad jurídica).
Los innumerables casos de corrupción política han demostrado que hay una clase protegida de la justicia y otra, la inmensa mayoría de la sociedad, indefensa ante la arbitrariedad del poder. Pese a los jirones que rompen a la clase política entre grupos aparentemente irreconciliables (nacionalistas y centristas, derechas con izquierdas) sus miembros son capaces de cerrar filas cuando la justicia amenaza con meterse y por en las sentinas malolientes en que hozan estos desalmados. Rápidamente, como por arte de birlibirloque, aparece un fiscal que que desvía o cierra o amortigua el caso o lo prolonga hasta su prescripción legal.
Pero esto no es culpa de la Constitución. Con la misma Constitución hubo una justicia independiente del poder político, y un simple cambio de ley por mayoría parlamentaria la hizo sierva del cambio político. Luego en esta constitución caben perfectamente dos organizaciones judiciales opuestas. Fue la decisión de un Presidente todopoderoso la que emponzoñó la justicia.
Ídem para las Autonomías. Las autonomías están mal definidas en la Constitución. Pero con un poco de prudencia por los interesados en sostener a la Nación no se hubiera desbocado el problema. En cualquier otro país, los partidos nacionales hubieran cerrado esa vía de agua rápidamente, sin tener que llevar de nuevo el barco al astillero para reformarlo. Si se hubieran hecho, los partidos nacionales, que son dos, serían ahora los amos políticos de España, los independentistas serían un reducto represable a extinguir, y todos seríamos más felices. Pero han sido ellos los que han dinamitado la estabilidad, y no las fuerzas independentistas, que son mínimas (o lo eran hasta hace relativamente poco).
La sociedad es pasiva cuando el liderazgo avalado por las urnas no se ejerce. La sociedad responde cuando ve que las decisiones son necesarias para todos. Inglaterra hubiera sucumbido ante Hitler si Chulchill no hubiera sido milagrosamente nombrado primer ministro. Tuvo que sembrar la idea de que debían luchar por su país. Íntegró en el gobierno a los laboristas, quienes gustosamente colaboraron en el esfuerzo. Y no hay en Inglaterra un texto constitucional que diga lo que tenían que hacer. En España no estamos en un momento tan trágico, pero falta el coraje que aúne a la sociedad detrás de un gobierno apoyado por la oposición nacional.
Porque lo que ha faltado es responsabilidad para los problemas nacionales. Hay problemas en que "vale todo", y otros problemas en los que sólo la prudencia vale. Los problemas que atañen a la integridad nacional son, evidentemente, los que atañen a la defensa del Estado tan difícilmente construido. Porque es un estado-nación que dura sin interrupción desde 1492, y eso si no contamos los siglos que estuvo en la cabeza de los que reconquistaron el territorio a los invasores.
No soy historiador, pero he leído y oído a muchos historiadores que España nació en el sueño de los reyes medievales que durante ocho siglos la fueron recuperando. No hace falta ser historiador, además, para saber que sin estima por la Nación no hay Estado que prevalezca.
La negligencia de esta valoración por la mayoría de nuestros desnortados políticos viene de larga data, pero fue muy potenciada por los círculos intelectuales republicanos (no hay más que ver el desdén que siente Azaña para la historia de España, que él pretende refundar desde el laicismo). Hay literarura abundante sobre esto, que, desgraciadamente, la clase ilustrada de la izquierda no quiere ver. Han heredado la fobia a la historia de España. Eso se ha transmitido a generaciones de bachilleres en una enseñanza que es una fiel representación de las burdas ideologías de los políticos de izquierdas que han pasado por el poder, y que los de derechas no han sido capaces de remediar.
Con esto no acuso a la ideología socialdemócrata en general, sino a la española, de inadaptación a la caída el muro de Berlín, que, culturalmente, no les ha afectado. Han renunciado a ciertos mitos pero no a todo lo que se deriva e ellos, como ese rechazo a la historia De España. A ello debe añadirse la ignorancia y complejos de la clase política de derechas, obsesionada con que no les confundan con el régimen anterior. Parece ser que creer en la Nación es franquismo.
Quiero decir con esto que no hay constitución que sirva si no hay un mínimo de estima a lo que ese texto pretende defender. Si no hay Nación no hay constitución que valga. Si no hay estima (me resisro a usar lapalabra amar, porque no solo se trata de exigir una emoción) por la Nación por parte de los que se apoderan y se hacen responsables se ella, es difícil defenderla desde un texto de papel. Por muchos votos que hayan ganado en la urnas, de una debilidad así no puede salir un gobierno nacional fuerte, sino un débil e incapaz. Como el que tenemos ahora, al que no se lo ocurre mayor mamarrachada que inventarse eso de la "Marca España".
Dejemos a la Constitución en paz, que bastante ha sufrido los acosos del Tribunal que lleva su nombre. La hicieron gentes de mejor fe y currículum que los que ahora la quieren reformar.
Debemos hacer retoques legales que no obliguen a cuestionar un texto que los nacionalistas están deseando arrasar, como Escipion arrasó Cartago y la sembró de sal. Seríaara ellos una victoria definitiva. Empleemos por aplicarla sin miedo, y reformemos leyes de menor entidad, como proponía César Molinas en su famoso artículo "Teoría de la clase política Española". Ahora bien, esos no son más que pasos en una dirección correcta, pero hay que dar un giro decisivo hacia la España como Nación de convivencia, a la que vale la pena defender con la ley.

2 comentarios:

HIPONA dijo...

Completamente de acuerdo con tu post. El problema en España no es la Constitución, sino la falta de ciudadanía y la falta de respeto de las instituciones por sí mismas.
Si los políticos han hecho lo que han hecho con el Poder Judicial ha sido por la colaboración de las asociaciones de jueces que les han ayudado con tal de pillar cacho.
Lo mismo se puede decir de los militares. Los Jefes de Estado Mayor se han vendido uno tras otro para mantener los privilegios de la cúpula militar.
Y así todas las instituciones una por una. Y lo mismo se puede decir del empresariado.
Como bien dice cierto General que conoces, el problema de España no es que no haya sentido nacional, es que falta lo anterior al sentido nacional: sentido de ciudadanos libres, consciencia de que somos un pueblo soberano y libre y que los gobernantes son nuestros servidores y no al revés-

www.MiguelNavascues.com dijo...

Por supuesto. Ya sabes que le debo a ese General y nuestras charlas mucho de lo que aquí digo.