La economía está chunga, así que voy a comentar otras cosas. En "El Mundo", hoy, hay un artículo de Arcadi Espada que hace una lúcida transposición a la literatura de un cuadro de Dalí. La pintura es pintura, y la literatura es otra cosa: narrativa, por ejemplo. Nunca he visto un cuadro, aunque sea el de una famosa batalla, que no sea un instante congelado en el tiempo. Y la literatura por su parte, es transcurso.
Para mi no hay mayor, y a la vez más humilde, función de la literatura que la narrativa. Hay otras más abrillantadas, como la poesía, pero la poesía y la narrativa no tienen mucho que ver.

Arcadi le saca todo el partido literario al cuadro de Dalí, narrando como nació el cuadro, como define una época breve del pintor, y como esa época terrenal, bien asentada en la sensibilidad mediterránea, se acabó repentinamente. La llegada de Gala, la musa de las vanguardias decadentes, acabó con la terrenalidad. Dice Arcadi:
Para mi no hay mayor, y a la vez más humilde, función de la literatura que la narrativa. Hay otras más abrillantadas, como la poesía, pero la poesía y la narrativa no tienen mucho que ver.
Arcadi le saca todo el partido literario al cuadro de Dalí, narrando como nació el cuadro, como define una época breve del pintor, y como esa época terrenal, bien asentada en la sensibilidad mediterránea, se acabó repentinamente. La llegada de Gala, la musa de las vanguardias decadentes, acabó con la terrenalidad. Dice Arcadi:
Me ha hecho entender por qué Dalí me produce fatiga, con tantos relojes derretidos. De Dalí siempre me gustó el cuadro de la "Muchacha asomada a la ventana", capaz de inspirar sentimientos como los que traduce a la literatura Arcadi Espada. Lo demás me parece demasiado rebuscado, por muy genial que lo consideren los papanatas que hablan por boca de ganso.La mujer en la ventana es un tema clásico de la pintura y de la vida. La mujer espera. Una carta, un marido, un hijo, un soldado que vuelva. En la vida antigua de las mujeres el mundo de fuera sólo existe en el modo alféizar. También los sueños. Hasta tal punto eso es aquí cierto que la visión más nítida y habitada del Cadaqués que la muchacha contempla es un reflejo en el cristal de la ventana. A la izquierda, un trapo sugiere actividades higiénicas: abluciones recientes o limpieza en la casa. La muchacha viste un atuendo ligero y doméstico, lo que sólo refrenda la escena. La mirada del espectador se centra rápidamente en las ancas, algo oscurecidas en medio de la general claridad azul.No se vislumbra mayor intención erótica. La noticia del placer es irrelevante y fugaz, trámite. Se trata de unas ancas paritorias, que inspiran antes que deseo confianza. Lo decisivo es que de ahí surgirán, y con la facilidad que inspira la generosidad anatómica, animales sanos. No sólo las ancas. La firmeza general de la propuesta se asienta sobre unas pantorrillas rollizas (¿existe alguna posibilidad en castellano de juntar dos palabras más castas e inhibidoras?), algo cortas, morenas, de una admirable terrenalidad. Hasta tal punto está todo garantizado y seguro que el pie derecho se permite un ligero bailoteo, una gracia exquisitamente femenina, un caprichoso mohín, mientras el izquiero se basta y se sobra para mantener la figura en pie.
Hay pocas dudas de que esta espalda, esta fertilidad y este anclaje se asocian al mito de La Ben Plantada, descrita por Eugeni d’Ors en 1911 a partir, presuntamente, de una Lídia, vendedora de pescado en Cadaqués, a la que el propio Dalí describía, cito de un artículo de Teresa Monés, como «bien plantada y bien enraizada en la roca viva, en la mineralogía pura [...] ningún vendaval la arrancaría del Cabo de Creus».
Cuatro años después soplaría, sin embargo, el vendaval. Se presentó bajo la apariencia frágil y enfermiza de Gala Èluard. Basta comparar las ancas de Anna Maria con el blanco pecho estéril de Gala (Galarina) para averiguar adónde fueron a parar la convicción y el realismo dalinianos.
A partir de entonces la firmeza se desharía, empezando por los relojes, el sueño ocuparía el lugar de la vigilia, la tradición mutaría en escatología y la ambigüedad, contra la afirmación de las rotundas líneas fraternales, se erigiría en la moral dominante. Gala se convertiría en la modelo, total. Y Dalí en un pintor y en un literato gigantesco. O quizá en un literato pintor, el más acabado y fecundo de su época. Toda la carrera de Dalí arranca de este bonito cuadro y de su destrucción inexorable. No es extraño que Anna Maria no le perdonara nunca.
Del cuadro sobrevive una equívoca melancolía. La mediocridad que pudo haber sido y no fue.
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