Un austriaco ( Rudolph Stefanich) acaba de patentar un aparato que absorbe los ruidos exteriores y los aniquila. Incluso los puede transformar en trino de pájaros o el sonido de las olas del mar. Bendito sea.
Los españoles deberíamos hacerle un monumento, como se le hizo a Flemming, el descubridor de la penicilina. En aquella ocasión fueron los toreros, con razones de peso. Ahora debemos ser todos los españoles, especialmente los madrileños.
Tenemos alcaldías que compiten por esforzarse en hacer dos cosas antitéticas: limitar los ruidos, por un lado, y por producir otros nuevos con una maquinaria innovadora que siempre es más intolerable para el oído que la anterior. Aparte de que la normativa anti ruidos no se cumple -los motoristas hacen lo que les sale del güito, tanto en petardear ostentosamente como en ir muy por encima de la velocidad límite-, los ayuntamientos tiene un ejército de soldados vestidos con trajes y máscaras protectoras que van por ahí con una maquinaria atronadora con la que consiguen mover un montoncito de hojas de acá para allá.
Pasear por un parque en Madrid es una tortura. No me imagino a Becquer componiendo sus Rimas en el Retiro de hoy en día. Si uds tiene la mala suerte de vivir en una zona ajardinada, entonces disfrutará de dos fuentes primigenias de tortura auditiva: la del jardinero de la urba y la del jardinero del municipio. El sopla-hojas ha venido a sustituir a esos barrenderos que por unos cuartos barrían lentamente hojas de acá para allá. Mientras, llevaban de la boca colgando un cigarrillo del que sacaban filosóficas volutas de humo. De vez en cuando, se paraban y echaban una parrafada. Era una escena muy apacible que te serenaba el espíritu.
Eso, como digo, ha sido sustituido por unas tuberas conectadas por un mango de goma a una máquina que lleva a la espalda el operario de hoy, que, por cierto, esta obligado a llevar unos auriculares aislantes para no quedarse sordo, no vaya a ser que haya que indemnizarle.
Entre el salario funcionarial, los seguros, la maquinita atronadora, y los costes no computables en molestias, estoy seguro que sería much más barato fichar a unos barrenderos, que para eso hay un montón de gente capacitada en el paro. Si esto fuera Suecia, país por cierto socialista, al parado le obligarían a aceptar una de las ofertas de trabajo disponibles que no le suponga un gran esfuerzo, y sacaría más dinero y estaría en la calle barriendo, lo cual es sanísimo. Por eso en Suecia siempre hay menos paro que en España, pese a que los sindicatos son más rojos. Pero es que además son más sensatos.
A veces mi mujer me da la vara de por qué no hacemos aquí las cosas como en Finlandia, por ejemplo. A veces me caliento y le respondo ¡porque no somos finlandeses! Somo españoles, incluso los vascos y catalanes son más españoles que nadie, y por eso hacen tanto ruido (y a veces ponen bombas). Somos particularistas, como decía Ortega, no nos tose ni Dios. Si le dices a un tipo que tiene el motor encendido que te está atufando mientras estás en una terraza tomando una caña, te da de ostias y te denuncia. O simplemente te dice que no le sale de los cojones y sigue con el motor encendido. A mi me dijo uno que no, porque hacía calor y no quería apagar el aire acondicionado. Claro, te dan ganas de salir a la calle con el trabuco colgando.
Así que bienvenido sea este invento, el Sono, la última esperanza. Aunque sospecho que somos capaces de prohibirlo. Porque la verdadera vocación de los ayuntamientos es molestar y cobrar dinero por ello.
Los españoles deberíamos hacerle un monumento, como se le hizo a Flemming, el descubridor de la penicilina. En aquella ocasión fueron los toreros, con razones de peso. Ahora debemos ser todos los españoles, especialmente los madrileños.
Tenemos alcaldías que compiten por esforzarse en hacer dos cosas antitéticas: limitar los ruidos, por un lado, y por producir otros nuevos con una maquinaria innovadora que siempre es más intolerable para el oído que la anterior. Aparte de que la normativa anti ruidos no se cumple -los motoristas hacen lo que les sale del güito, tanto en petardear ostentosamente como en ir muy por encima de la velocidad límite-, los ayuntamientos tiene un ejército de soldados vestidos con trajes y máscaras protectoras que van por ahí con una maquinaria atronadora con la que consiguen mover un montoncito de hojas de acá para allá.
Pasear por un parque en Madrid es una tortura. No me imagino a Becquer componiendo sus Rimas en el Retiro de hoy en día. Si uds tiene la mala suerte de vivir en una zona ajardinada, entonces disfrutará de dos fuentes primigenias de tortura auditiva: la del jardinero de la urba y la del jardinero del municipio. El sopla-hojas ha venido a sustituir a esos barrenderos que por unos cuartos barrían lentamente hojas de acá para allá. Mientras, llevaban de la boca colgando un cigarrillo del que sacaban filosóficas volutas de humo. De vez en cuando, se paraban y echaban una parrafada. Era una escena muy apacible que te serenaba el espíritu.
Eso, como digo, ha sido sustituido por unas tuberas conectadas por un mango de goma a una máquina que lleva a la espalda el operario de hoy, que, por cierto, esta obligado a llevar unos auriculares aislantes para no quedarse sordo, no vaya a ser que haya que indemnizarle.
Entre el salario funcionarial, los seguros, la maquinita atronadora, y los costes no computables en molestias, estoy seguro que sería much más barato fichar a unos barrenderos, que para eso hay un montón de gente capacitada en el paro. Si esto fuera Suecia, país por cierto socialista, al parado le obligarían a aceptar una de las ofertas de trabajo disponibles que no le suponga un gran esfuerzo, y sacaría más dinero y estaría en la calle barriendo, lo cual es sanísimo. Por eso en Suecia siempre hay menos paro que en España, pese a que los sindicatos son más rojos. Pero es que además son más sensatos.
A veces mi mujer me da la vara de por qué no hacemos aquí las cosas como en Finlandia, por ejemplo. A veces me caliento y le respondo ¡porque no somos finlandeses! Somo españoles, incluso los vascos y catalanes son más españoles que nadie, y por eso hacen tanto ruido (y a veces ponen bombas). Somos particularistas, como decía Ortega, no nos tose ni Dios. Si le dices a un tipo que tiene el motor encendido que te está atufando mientras estás en una terraza tomando una caña, te da de ostias y te denuncia. O simplemente te dice que no le sale de los cojones y sigue con el motor encendido. A mi me dijo uno que no, porque hacía calor y no quería apagar el aire acondicionado. Claro, te dan ganas de salir a la calle con el trabuco colgando.
Así que bienvenido sea este invento, el Sono, la última esperanza. Aunque sospecho que somos capaces de prohibirlo. Porque la verdadera vocación de los ayuntamientos es molestar y cobrar dinero por ello.
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