Nuestra capacidad de autoengaño no tiene límites. Todos sabemos el caso de Hitler, que consiguió engañar a un pueblo a base de mentiras alevosas y agresivas contra los demás pueblos.La cuestión inquietante es que ninguna comunidad de mi tiempo ha llegado tan lejos en la organización de una ficción colectiva para adultos.
Lo malo es que tendemos a pensar que son excepciones a la regla del hombre como ser pensante, racional, equilibrado y justo. Pero no son excepciones. Son fuerzas telúricas que están ahí, y que necesitan de una circunstancias, como una crisis económica, para emerger y adueñarse del colectivo.
Quizás deberíamos considerar el autoengaño como la base cimentadora de las naciones. Mentiras que se alimentan desde el poder y que a veces son constructivas, cohesión adoras, y otras todo lo contrario. Pero siempre presentes.
La base que sustenta el engaño colectivo es nuestra capacidad de engaño y autoengaño. La capacidad de autoengaño permite mentir mucho más eficientemente a los demás, por lo que debemos pensar que los que arrastran a multitudes se han engañado antes a sí mismos sobre la fábula que venden. En ese sentido, no debemos imaginara a Mas como un aprovechado cínico que se esta forrando con sus mentiras, y que luego llega a su casa y se ríe de los tontos a los que ha engañado. No se ríe, sino que se alaba a sí mismo en una completa seriedad. Se toma en serio, porque si no lo hiciera pronto se le hundiría el tinglado. Y se jalean unos a otros totalmente en serio, son líderes de la verdad, de la "verdadera" historia de cañarluña, que es una fábula que han inventado desde hace siglos y que se transmiten de generación en generación, y que ahora, gracias al monopolio total de los medios, se ha difundido de una manera explosiva, con consecuencias que durarán décadas.
Nunca he creído en el reino cinismo, ni que el único interés del "malo" es crematistico: todos intentan auto justificarse, y una leyenda bien adobada es la manera más eficaz.
Yo siempre he pensado que el nacionalismo cobra fuerza cuando el Carlismo ultraderechista-integrista se hunde tras la cuarta guerra Carlista. Esa "emoción" se queda sin leit motiv, y se metamorfosea rápidamente en un nacionalismo impulsor de la lengua catalana. Es un nacionalismo tan de conservador y católico como lo era el Carlismo, pero hay un ingrediente nuevo que se infiltra a través de las frustraciones. Esto se ve muy claramente en de Josep María Segarra, que es en realidad la historia de una familia desde el siglo XV, una familia que tiene esa evolución. Por cierto, que ahí fue donde Sabino Arana, entonces en Cataluña, quedó deslumbrado por ese podelo de integrísimo católico nacionalista y lo copió. El primer efecto es, naturalmente, el odio al no catalán o no vasco, un ser afeminado, falso católico, inmoral, que pervierte a la pureza de la raza primigenia.
Es por lo tanto, un movimiento totalmente reaccionario a los cambios históricos, que se inventa una fábula que les redimía de su fracaso Carlista, porque necesitan auto engañarse, creer que son superiores. Antes eran superiores por ser más católicos y absolutistas, después de la metamorfosis los son porque son más vascos o más catalanes que nadie.
Lástima que esa leyenda haya derivado a la ridícula creencia masoquista de que Cataluña es una tierra invadida y colonizada.
De modo que cuando son cínicos son cuando esconden al poder de Madrid sus verdaderas intenciones, porque eso no se lo creen, pero cuando hablan entre ellos y se muestran arrogantes entonces se creen lo que dicen. Naturalmente, la mentira nacionalista ha evolucionado, ya no es ultracatolica ni absolutista, aunque se ha reforzado el odio a lo español, lo que no dice nada bueno de lo que pasaría, si se separaran, a la población no independentista. Pero estos han demostrado también una capacidad de autoengaño. Porque lo que no ha disminuido, al revés, es el rencor acumulado. Rencor que, en un giro sutil del autoengaño, endosan a los españoles, lo cual justifica el alimentar ese odio. Los españoles que yo sepa, estamos hastiados de tanto ruido, pero nunca hemos odiado a los catalanes. Al revés, en mi juventud recuerdo que había una fuerte corriente de admiración por lo catalán y vasco. Pero esa verdad es anecdótica frente al autoengaño, la fuerza colectiva más poderosa.
Lo peor es no lo que suceda con la independencia, sino que esta masa explosiva de odio no se va a curar como por el ensalmo de que consigan o no sus objetivos reales. Sus frustraciones serán distintas, pero no desaparecerán.
1 comentario:
Lo que me trae a una de mis temas favoritos, ¿estamos llegando al final de la era de las democracias? ¿tiene la democracia liberal alguna forma de resistir al megaestado moderno, con sus hordas de periodistas a sueldo, maestros y profesores enchufados, y un millón de esbirros más?
Creo que somos tan vulnerables a los demágogos y a nuestra propia estupidez como los ciudadanos de Atenas hace más de 2000 años, y estamos a punto de perder lo que tan poco esfuerzo nos costó ganar (quizá por eso mismo).
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