"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 27 de diciembre de 2014

Muerte de un régimen por incomparecencia

(Artículo sugerido por el de José Antonio Zarzalejos en El Confidencial)

Las palabras de Ortega y Gasset sentenciando la muerte del régimen de la Restauración (Vieja y nueva política) se amoldan perfectamente a nuestra decadencia actual. No soy partidario de la revolución que lo quema todo antes de poder reconstruir sobre el erial: soy reformista a fuera de ser conservador. Lo que pasa es que OyG no es más que el médico de guardia que certifica la muerte de un automoribundo: la Restauración, como él bien dice, sirvió bien a España, hasta que la España oficial se separó de la España viva y se convirtió en una fantasmagoría completamente desgajada del cuerpo social.

Ante los discursos recientes del rey y del presidente del gobierno, alabados por los miembros de esa fantasmagoría, la palabras de OyG hace un siglo nos recuerdan que la Transición podría estar muriendo por incomparecencia en la realidad. Ojalá no. Pero la verdad es que los epítomes de este régimen, que se nos deshace en las manos, cuando cantan sus autoalabanzasn sonrojantes, apenas ocultan que están aferrandose a la mamandurria que les da de comer; por cierto, con un vuelo intelectual gallináceo: parecería como que sólo quedan los conserjes para dar la cara. Realmente dan ganas de pegarle fuego a todo, aunque hay que reprimirse. Del rey abajo, no hay nadie que pueda alentar la llama de una esperanza de futuro. Son demasiados signos de auto complaciencia, incluso de personajes que ayudaron a levantar este régimen democrático que ya no lo es. Martillazo a martillazo, los sucesivos gobiernos de España han ido fabricando el ataúd, con la inestimable ayuda de la prensa corifea, azul, blanca, o roja, cada vez más amordazada. Todo ello ha alentado la llegada del verdugo, recibido con alborozo. 

Por la similitud de causas de la caída de un régimen, por la similitud evidente de la escatología de la Restauración con la de la Transición, vale la pena leer algunas de las palabras de hace un siglo de OyG. Su análisis de la España oficial moribunda y la España real desorientada se parece demasiado a la realidad actual como para dejarlas pasar por alto. Algunas frases son aterradoramente actuales, como ésta:
"... La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación."
Repito que no soy revolucionario, como a veces parece querer serlo OyG. Pero sigamos leyendo esa evocación del presente hace cien años, porque ya sólo eso, esa distancia en el tiempo, es elocuentísima. Nos hablan de un poder cooptado de arriba abajo, por unos poquísimos que, como dice Ortega, no es que sean corruptos, que eso es lo de menos: es que están muertos, son fantasmas alojados en un empíreo fraudulento que no responden a las llamadas de los de abajo.
"... Con todos sus terribles defectos, señores, habían, hasta no hace mucho, los partidos políticos, los partidos parlamentarios, subsistido como inmersos en la fluencia general de la vida española; nunca había faltado por completo una actividad de osmosis y endósmosis entre la España parlamentaria y la España no parlamentaria, entre los organismos siempre un poco artificiales de los partidos y el organismo espontáneo, difuso, envolvente, de la nación. Merced a esto pudieron ir renovando, evolutivamente, de una manera normal y continua, sus elementos conforme los perdían. Cuando la muerte barría de un partido los miembros más antiguos, los huecos se llenaban automáticamente por hombres un poco más jóvenes, que, incorporando al tesoro ideal de principios del partido algo de esa su poca novedad, dotaban al programa, y lo que es más importante, a la fisonomía moral del grupo, de poderes atractivos sobre las nuevas generaciones. Pero desde hace algún tiempo esa función de pequeñas renovaciones continuas en el espíritu, en lo intelectual y moral de los partidos, ha venido a faltar, y privados de esa actividad — que es la mínima operación orgánica —, esa actividad de osmosis y endósmosis con el ambiente, los partidos se han ido anquilosando, petrificando, y, consecuentemente, han ido perdiendo toda intimidad con la nación.
"... Lo que sí afirmo es que todos esos organismos de nuestra sociedad — que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad —, todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes.
"... Y entonces sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal,una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.
"... Ahora se van a abrir unas Cortes;... Y esos partidos tienen a su clientela en los altos puestos administrativos, gubernativos, seudotécnicos, inundando los Consejos de Administración de todas las grandes Compañías, usufructuando todo lo que en España hay de instrumento de Estado. Todavía más; esos partidos encuentran en la mejor Prensa los más amplios y más fieles resonadores. ¿Qué les falta? Todo lo que en España hay de propiamente público, de estructura social, está en sus manos, y, sin embargo, ¿qué ocurre? ¿Ocurre que estas Cortes que ahora comienzan no van a poder legislar sobre ningún tema de algún momento, no van a poder preparar porvenir? No ya eso. Ocurre, sencillamente, que no pueden vivir porque para un organismo de esta naturaleza vivir al día, en continuo susto, sin poder tomar una trayectoria un poco amplia, equivale a no poder vivir. De suerte que no necesitan esos partidos viejos que vengan nuevos enemigos a romperles, sino que ellos mismos, abandonados a sí mismos, aun dentro de su vida convencional, no tienen los elementos necesarios para poder ir tirando. ¿Veis cómo es una España que por sí misma se derrumba?
"... La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación.
"... Conste, pues, que no he hecho aquí la crítica, cien veces repetida, de los abusos y errores que unos partidos, unos periódicos, unos Ministerios vengan cometiendo. Sus abusos me traen sin cuidado para los efectos de la nueva orientación política que busco y de que hoy os ofrezco, como la previa cuadrícula, la pauta de conceptos generales donde habrá de irse encontrando en sus detalles. Los abusos no constituyen nunca, nunca, sino enfermedades localizadas a quienes se puede hacer frente con el resto sano del organismo. Por eso no pienso como Costa, que atribuía la mengua de España a los pecados de las clases gobernantes, por tanto, a errores puramente políticos. No; las clases gobernantes durante siglos — salvas breves épocas — han gobernado mal no por casualidad, sino porque la España gobernada estaba tan enferma como ellas.
"... Yo sostengo un punto de vista más duro, como juicio del pasado, pero más optimista en lo que afecta al porvenir.Toda una España — con sus gobernantes y sus gobernados —, con sus abusos y con sus usos, está acabando de morir.
"... Aquel apartamiento de la política de las nuevas generaciones, esa senilidad, esa desintegración fatal de los partidos vigentes, esa conducta de fantasmas que llevan los organismos de la España oficial frente a la nueva, debían recibir una sencilla denominación histórica; eso tiene un nombre, hay que ponérselo: es que asistimos al fin de la crisis de la Restauración, crisis de sus hombres, de sus partidos, de sus periódicos, de sus procedimientos, de sus ideas, de sus gustos y hasta de su vocabulario; en estos años, en estos meses concluye la Restauración la liquidación de su ajuar; y si se obstina en no morir definitivamente, yo os diría a vosotros — de quienes tengo derecho a suponer exigencias de reflexión y conciencia elevadamente culta —, yo os diría que nuestra bandera tendría que ser ésta: «la muerte de la Restauración»: «Hay que matar bien a los muertos».

2 comentarios:

Mou dijo...

Que coñazos de posts te marcas Mike, hay que hablar de la pantoja, la infanta o el pequeño Nicolás

www.MiguelNavascues.com dijo...

Vaya, la próxima vez te consulto