"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 2 de mayo de 2015

La corbata

La corbata es un símbolo que se ha mantenido firme pese a la volatilidad de las modas. En eso los hombres hemos demostrado una falta de imaginación oceánica, mientras que ellas se han reinventado a si mismas en la forma de vestir como ejecutivas. Ellas no paran de meternos goles, nosotros, cero.

Ni me gusta ni me disgusta la corbata. Es la confirmación de que a los hombres nos gusta el yugo. Es más, nos sentimos orgullosos de él. Somos bueyes, en ese sentido. Hemos llegado a un punto que lo de menos es que la corbata sea original, bonita, y que sintonice con la camisa y la chaqueta: si alguien quiere mostrar su poder de mando, se pone esa corbata roja que hace daño a los ojos, la corbata de Botín, sobre una camisa blanca inmaculada. El traje ofrece variación en su estampado, pero el fondo ha de ser oscuro, como aconseja "El vestuario del perfecto caballero". Además dice este manual que un caballero nunca se vestirá de marrón.

Pero la corbata es incapaz de ocultar el rango: todos llevan corbata, pero se distingue fácilmente al pardillo del que no lo es. Enseguida se nota, y aunque no le impidan entrar en los sitios donde haya un evento, las caras de asco que ponen los recepcionistas son elocuentes. Yo lo he experimentado, porque mi traje de ceremonia no era del otro mundo, y he sentido la mirada de conmiseración de los pivones que hacían de recepcionistas, que te daban el folleto o lo que fuera, pues solo podías mirar a un escote perfecto, insondable, mientras la única fea, sentada, te preguntaba irritada tu nombre, a ver si estabas en la lista. No se lo se lo podía creer.

Me pregunto donde guardarán esos pivones cuando no están en sus puestos, ¿en un armario de pivones? a lo mejor son robots que se desarman, porque desde luego se esfuman rápidamente. Antes de acabar el acto, cuando ya acechan las limpiadoras, ya no están. Lo digo porque siempre sentí la ilusión de hacerme un selfie con todas juntas, y una por una, pero había como una barrera invisible pero infranqueable: seguramente "mi "torpe aliño indumentario".

Yo siempre aspiré a que inventaran otras alternativas a la corbata. En el siglo XIX -al menos en los películas del XIX- había una amplia variedad de formas, a cual mas bonita, de tarparse la pechuga. Porque de eso se trata, de taparse la pechuga para no competir con las infinitas formas de enseñarla de ellas. Ahora esta mal mirar una pechuga insistentemente, pero entonces la belleza de la mujer estaba por encima del recato y del feminismo, que no existía. El escote era un arma de mujer para ganarse paso en la vida por el camino estrecho y pedregoso que le dejaban. Si querías conquistar a una mujer la mirabas insistentemente el escote mientras bailaban la polka, y había que estar muy atento a las señales combinadas que ese escote quería emitir: estoy casada, sí, pero mi marido me la pega, y además, etc, etc.

En fin, además tenías que tener casas solariegas en el campo (no podas llevarla a un hotel), con muchas habitaciones para invitar a un montón de gente, y que el marido no pudiera saber en que habitación señorial le ponían las astas. Porque a esos weekends se iba a eso, lo de la cacería era una cortada que por otra parte no estaba mal, para vigilarse unos a otros desde el caballo, mientras las mujeres movían la pechuga al galope del semental (doble sentido). En fin, un juego de suma cero, en el que unos gozaban y otros se hastiaban (doble sentido).

Añoro esa época, aunque lamentablemente no viví en ella. Más que nada porque entonces llevar corbata era un arte de nudos sobre un lazo, que exigía un experto criado en ello, además de servir de espía y correvedile con la criada de la pechugana, de la cual a lo mejor se podía beneficiar. Eso si, como no sabían de técnicas anti fertilizantes, caían embarazadas, pero la señora que era buenísima le buscaba una solución habitacional. La colocaba en una de las infinitas granjas que poseía.
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Ahora todo ha cambiado mucho. Mientras la corbata doblega voluntades, los hombres en su tiempo libre llevan camisetas horendas, marcando la tripa y enseñando por arriba una pelambrera de alambres negros. No se lavan, no se peinan, y como pantalón llevan un chandal lleno de lamparones. Los zapatos no son zapatos. Un asco.
 

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