"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

lunes, 9 de mayo de 2016

A vueltas con el pelmazo de Quijote. ¡Menos quijotes y más harenes!

Dice Federico JL en su columna de hoy que el ministro de cultura suscitó las risas de los periodistas, porque ni él ni su séquito recordaba -o sabía- el verdadero nombre de don Quijote. 
No me extraña; comprendo al ministro, que además es marqués de no sé qué, por algo será. 
A un marqués don Quijote le debe parecer lo que a mí, un pelmazo (yo tengo en mi almario un alma de marqués, me falta todo lo demás). Y desde que han decidido darle homenajes al pelmazo, como a los chinos esos de Madrid, más pelmazo todavía. 
Nunca entendí el arrobo que produce un moralista paleto ¡de la Mancha, para más señas, pero ni siquiera, al menos, de Albacete! que se dedica a dar el coñazo a caballo de un rocín ridículo, porque no ve la realidad como es, sino como la quiere ver. Además es un broncas al que todo le sale en su contra, pues se mete a desfacer entuertos que no son tales, sino hechos cotidianos que se empeña en mirar por una gafas deformantes. 
Como cuando libera a los galeotes, unos presidiarios, mala gente, que una vez liberada le da una buena tunda a Quijote y al pobre Sancho. En realidad no desface, sino que face entuertos. Lo que pasa es que no se entera del daño y la desolación que deja detrás. 
Yo sospecho que hay dos tipos de lectores del Quijote. Los que lo han empezado, y han llegado a somnolientos apenas al final de la primera parte, y los que no lo han leído.  El Ministro, el marqués ese, simplemente ni lo ha ojeado. Un marqués no lee. Un marqués caza, monta, sabe de vinos, de mujeres, juega al billar de madrugada intentando llevarse a la cama a una descocada, como el marqués de Bradomín, un ejemplo de marqués perfecto. Éste no debe andarle a la zaga, pues recién nombrado lo primero que hizo fue quitar el retrato de Unamuno por Solana del despacho, lo que demuestra que está en su juicio, pues ese señor fue otro pelmazo moralista al que le dolía España. 
El ministro no sabía que Quijote se llamaba Alonso Quijano el Bueno, lo cual confirma que no lo ha leído, y menos ha llegado al final, que es cuando se descubre. 
¡Un marqués, ministro de educación y cultura! eso sí que es un oximoron como un piano de cola. Para él, el Quijote del de ser un dolor de cabeza, todo lo más un asunto de normas con los amigotes en la caería, un chiste sobre quién ha leido menos libros. Un marqués no lee, si acaso le leen. Le lee una zagala ligera de ropas, que es la única forma de aguantar la lectura mucho rato, como en aquella película de Kate Whistler. Eso viene de antiguo, de Las Mil y Una noches, que va de un sultán al que todas las noches una doncella en ropa interior le lee un cuento. Ese dejó huella. En el sultán, en primer lugar, y luego en la imaginación de los lectores de Occidente, que se imaginaron Oriente como una cultura refinada y decadente, llena de placeres sutiles. Lo que no se imaginaban era la cantidad de muñones resecos que había debajo de la ventana del sultán, de los que habian intentado tocar con sus manos impuras el borde de la lencería de las doncellas del sultán. De ese negociado se encargaban los eunucos, los únicos fiables en esos menesteres. 
No sé, pero no creo que dulcinea saliera de un casting del haren del sultán. 
Como dice Federico, ¡menos quijotes y más harenes, ya!

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