Uno de sus párrafos que no me resisto a transcribir es el siguiente:
No tengo palabras para comentarlo.Lo que más teme la mente colectiva de Rusia es el caos; lo que más anhela, la estabilidad, y lo que más aprensión le causa, el futuro incierto. ¿Y cómo iba a ser de otra manera en una nación que perdió veinte millones de almas con los verdugos de Stalin y otros treinta millones con los de Hitler? ¿ Realmente iba a ser mejor la vida después del comunismo que todo aquello que habían conocido hasta entonces? Ciertamente, cuando adquirían confianza o suficiente audacia, los artistas y los intelectuales hablaban con pasión de las libertades que muy pronto tocaban madera—disfrutarían. Pero entre líneas tenían sus reservas. ¿Cuál sería su situación en la nueva sociedad que se avecinaba? Si habían gozado de privilegios con el Partido, ¿cómo iban a reemplazarlos? Si habían sido escritores aprobados por el Partido, ¿quién iba a aprobarlos en un mercado libre? Y si habían caído en desgracia, ¿les iría mejor en el nuevo sistema? En 1993, volví a Rusia con la esperanza de averiguarlo.
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