El genio creativo del hombre es lo que le ha hecho progresar en todas las dimensiones humanas. Los nombres cimeros que resuenan en la historia, como Newton, Descartes, Galileo, Eisntein, etc.,son reconocidos a través de las generaciones merecidamente, por sus aportaciones perdurables al conocimiento de la naturaleza. Cada aportación de estos individuos sin par suponen un escalón irreversible en el camino hacia adelante, sea cual sea la dirección de esta senda; pues no todos somos unánimes al respecto.
Sin embargo, pese a esta incertidumbre respecto a la meta final, occidente se sustenta en intuición de que la vida personal y la historia son un avance continuo. Esta idea que todos compartimos en la civilización que abarca desde Grecia hasta el continente americano, está enraizada en nuestras creencias más profundas y se la debemos, no a los sabios griegos, sino a la Biblia, concretamente al Antiguo Testamento. La Biblia es el primer documento testimonial con una visión del hombre en la tierra direccional, con un inicio y un final. Los griegos, que también tuvieron su aportación a occidente, creían sin embargo que el mundo y el tiempo eran circulares y que al cabo de un ciclo volvía a reiniciarse todo.
Esta sutil diferencia, para bien o para mal, es un elemento distintivo de nuestra civilización occidental. Nos imprime desde la infancia una perspectiva distinta a la de otras culturas.
La posterior inserción de, por ejemplo, Platón en el cristianismo tardío -a través de San Agustín- se hace restándole precisamente esa decisión cíclica de la vida que había heredado de Pitágoras y su metempsicosis.
Sin embargo, si reflexionamos sobre lo que hemos dicho, vemos que, por una parte, las figuras señeras que persisten en nuestra memoria suelen ser los genios científicos, mientras que los que marcan nuestras perspectivas vitales son los autores anónimos y colectivos que nos transmiten nuestras creencias más profundas a través de las tradiciones y de la religión. Como decía Josep Pla, el gran escritor ampurdanés, "no son los hombres de ciencias sino de letras los que marcan el destino de una sociedad..."
Y es que las creencias que se transmiten y se acumulan a lo largo de generaciones tienen una fuerza oculta que sólo se descubre cuando se quiere aniquilar por la fuerza.