
Se corrobora así esa escisión -que se corresponde con un país con mil fracturas- entre la angustia de la mayoría de la gente y los dos máximos responsables de nuestro futuro próximo. Y a la vez como una resignación, como si la economía fuera cosa de una fatua, del destino que hemos de soportar.
Nunca tanta gente, tantas veces, me ha comentado su angustia, apenas disimulada, de lo que mal que le van las cosas. Gente que duda que vaya a cobrar algo el mes que viene. Tantas otras veces como he procurado suavizar mi opinión; si bien, por otra parte, si quieres curar la tendencia innata- e infundada- a culparse a sí mismo, es mejor decir la verdad a las claras y mostrar que no es la culpa de ellos (aunque Rallo diría que sí, que hay que "liquidacionar").
Ocasión, creo yo, única, para ser agresivo en la campaña electoral, para darle un revolcón dialéctico al candidato oficial, para obligarle a mostrar, no sólo su incuria, sino su culpa, puesto que a participado en el Gobierno del Desastre.
Rajoy no toca temas delicados, no sé si esperando que Zapatero, en un imposible arrepentimiento, se pusiera a deshacer todo lo que ha hecho. ¿Espera que le entreguen las llaves del Castillo cuando sea una ruina y no tenga arreglo? Puede que con eso se ganen elecciones, pero no se gana la confianza en el futuro de la Nación; y la gente necesita ya confianza. Hay que empezar a ganar el futuro desde ahora.
Es más, a lo poco que Zp ha hecho para reducir la deuda (no por entusiasmo propio), el PP se ha alineado del lado de la demagogia y lo ha rechazado. ¿Qué dirá cuándo se le pida que tome medidas 1000 veces más impopulares que esas?
Yo, que soy un ingenuo, tendría nominado ya un superministro de economía, para que fuera convenciendo a la gente de que se va a ser inflexible. Alguien con quién identificar el problema y una solución. Alguien que sea la contra imagen de Zapatero y sus desastres.
Con la gente me refiero al sujeto pasivo tanto como al activo, es decir, a los que tienen los resortes para crear riqueza y empleo; sobre todo a los que están fuera, a esos "mercados" de los que nos hablan con un halo de misterio y que no son más que los que nos pueden sacar de ésta con su dinero. Porque no hay solución si no se convence al capitalista exterior que invierta en España o nos preste dinero. Necesitamos capital, en todas sus formas, sea de cartera, sea de renta fija, o de inversión directa, y la obsesión del gobierno entrante debería ser fijar ese objetivo en el elector y en el posible inversor. Hay que ganar confianza ya. Que cada vez que hable baje la prima de riesgo, ese es el objetivo concreto. No hay otro punto de partida que ése. (Sí, como si fuéramos -los somos- un país emergente; en eso nos ha convertido el euro.)
Y no creo que se puede esperar a que se abran las urnas, dentro de 10 meses, para empezar esa tarea. Es más, debería ser cosas de los dos grandes partidos (grandes por ausencia de otros, la verdad, no por grandeza). El Tango es cosa de dos, se dice en inglés; pero en este caso, si Rajoy espera que el oponente le saque a bailar, nos hundimos seguro.
Fíjense en un detalle: los dos últimos países intervenidos (a saco) por Europa estaban en proceso electoral. Es el momento de más debilidad de las democracias poco arraigadas, como la nuestra. Las opiniones sobre España se están deteriorando por días, como muestra la escalada de la prima de riesgo de España. ¿Espera Rajoy ser simplemente el administrador de una intervención que acabará de arruinarnos? ¿Quiere ser la alfombra del FMI y de la UE cuando vengan a ponernos el rejón? Porque es lo que aparenta desear con su don Tancredismo.
Don Tancredo, esa figura tan española, que se ponía en un cajón en medio de la plaza cuando salía el toro. Me acuerdo el susto que no dejaba de provocar en el público, cuando el toro se arrancaba como una flecha hacia el Tancredo, y un segundo antes de llegar, giraba su trayectoria milagrosamente (nunca he sabido la razón). No sé si se sigue practicando esa "suerte": supongo que no, que se debía a la "jambre"que daba más cornás que un toro; pero el Tancredismo de Rajoy le (nos) puede costar un revolcón histórico.
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