La macroeconomía no es igual que la microeconomía por la misma razón que la historia no es la biografía de una persona, por muy grande que haya sido. La macro y la micro son dos sistemas imperfectos de conocimiento, aunque peor es prescindir de uno de ellos. En historia no se puede prescindir de la biografía ni de la literatura, pero hay una separación infranqueable entre ambas.
La historia es, irremisiblemente, una historia de colectividades. Esas colectividades tienen una identidad, algo en la que sus miembros se reconocen. La historia de Roma, por ejemplo, ha sido la historia más influyente en la posteridad, al menos en Occidente. No quiero decir la verdadera historia, sino su majestuosos recuerdo, más o menos verídico, que fue siempre la meta, el faro, de los pueblos occidentales después de haber sido, curiosamente, los que allanaron y destruyeron Roma. Sobre sus cenizas surgió una imagen que fue el faro de los pueblos medievales al menos desde Carlomagno, siempre intentando recuperar la grandeza de Roma, incluso a través de su sucesora, la Iglesia.
En realidad no sabemos si Roma hizo feliz a su pueblo. No sabemos, salvo por algunos testimonios, cuántos sintieron calor al pensar en lo grande que era pertenecer a Roma, cuántos se enorgullecían de sus victorias militares, si se sentían superiores y más felices que los demás pueblos. Lo que es cierto es que san Agustín sintió Un gran dolor al saber que en el 410 Roma había sido saqueada, y escribió "La ciudad de Dios" para intentra explicar la causa de su caída. San Agustín quedó aterrado ante la caída de la ciudad Terrenal, a pesar de solo creer en, y predicar, la ciudad de Dios. Roma era para él algo más que el sistema político en el que vivía. Era su grandeza, su pasado. Vislumbró y se dolió de que ya nada iba a ser igual, y pese a su edad avanzada y muerte inminente, se sintió tremendamente afectado.
Sobre las ruinas de Roma se edificó un mundo nuevo, distinto, pero bien pronto mirando hacia ese faro como guía. De Carlomagno y sus sucesores quedó el nombre del Sacro Imperio Romano, que muchos quisieron heredar, aunque fuera un nombre casi vacío de contenido. Sin embargo, era respetado y venerado, y anhelar su grandeza era noble. Carlos V fue su último gran representante. Murió sabiendose fracasado como Emperador de cristianos romanos.
Roma, el genio de Roma, impregnó todos los pueblos de Europa, dejó sus huella en la arquitectura desde las ruinas en África y Sicilia hasta Estocolmo. A través de las épocas, tras breves periodos de siglos, volvía a imitarse el sobrio y gran estilo, y al otro lado del Atlántico también grandeza se indentificó con la arquitectura romana. Occidente está sembrado de ese anhelo del genio romano, como si fuera imposible superarlo - aunque estemos ya tan acostumbrados a verlo que apenas nos damos cuenta.
El gran Gótico fue un interludio de 300 años hasta que el Remacimiento, que fue un renacimiento romano, lo definió como un barbarismo, una desviación de la verdad.
Naturalmente, esto tiene poco que ver con la verdadera historia de Roma: solo está relacionado con su imagen dejada en el imaginario colectivo, cuya fuerza la hizo perpetuarse en el tiempo.
Los historiadores a veces han intentado derribar esa sutil pero perenne vibración. Por ejemplo, John Ruskin consideraba el Renacimiento el principio de la decadencia cristiana occidental. La Edad Media era para él el zenit de la civilización. Son dos mundos opuestos que no voy a entrar a evaluar, pero es evidente que lo que les enfrenta es la opuesta visión de la vida, uno vital, hacia afuera, la otra de recogimiento. D espaldas a la vida.
San Agustín nos muestra indirectamente que apreciaba oscuramente ser miembro de esa grandeza humana. De hecho, su libro "la ciudad de Dios" era una revalorización del gobierno humano de la ciudad terrena, necesario mientras se pasaba por este mundo. Aun la brevedad de la vida terrena, había que tener un orden, una civilidad. Estaba impregnado, quizás sin quererlo, de la necesidad del gobierno de este mundo, del orden y la justicia terrenal. en eso era más sensato que los estoicos, que creían que todo estaba dentro de nosotros.
Creo que no podemos dejar de sentirnos partes de un colectivo más grande que la simple suma de sus miembros. Si no estamos orgullosos de los símbolos que idenrifican a ese colectivo somos infelices, que nos falta algo que no sabemos identificar.
Y creo finalmente que estas cosas van por delante, que marcan, el bienestar económico, pero también que el malestar económico puede acabar con estas anclas colectivas invisibles que mantienen firme la Ciudad.
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