"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 11 de enero de 2013

Muriendo en el escenario

En el Mundo, nos anuncian que Wilko Johnson morirá en el escenario. En realidad lo ha anunciado Wilko, famoso guitarrista. Es decir, ha anunciado que tiene cáncer, que renuncia al tratamiento, y que va a seguir de gira hasta que se extinga.
La demanda de entradas y la ventas de discos se ha multiplicado por miles.
Yo creo que antes no pasaba esto. Uno se moría con discreción, con la familia si acaso. No se buscaba sacarle tajada al hecho.
Hay dos cosas que me molestan: la vanidad morbosa de morir delante del que ha pagado las entradas, y el morboso espectador que suspira porque le toque a él el momento sublime, para poder contarlo a los amigos: yo estuve ahí, y mira saqué un video. Te lo pongo a cámara lenta -Si es que dejan meter cámaras privadas para preservar el monopolio de las imagen del tipo derrumbando se en el escenario.
Repito, creo que antes eso no se hacía. Estamos acostumbrado a ver a grandes artistas morir con discreción. Incluso con mucha discreción, con una comunicado al día siguiente de la familia, anunciando que en tal lugar podrán rendirle un último homenaje sus admiradores. O incluso que las honras se celebrarán en la más estricta intimidad.
Son tiempos nuevos, de otra moralidad. O, quizás, no lo sé, de una inmoralidad gigantesca. Cuando hablo de moral lo hago con recelo, porque moral es para mi lo que afecta a los otros. No es un hecho moral lo que sólo me afecta a mí.
Pero en este caso, no sé si con razón, me siento indignado, por la desacralización y banalización definitiva de la muerte. Cuando vemos a alguien caer muerto en la calle, nos sobrecogemos. También la víctima es literalmente sobre-cogida en el acto. Nos sentimos atraídos y asustados a la vez. Ver la muerte debe sobrecoger, en mi opinión, como la muerte coge desprevenido al muerto. Sobre-coger, coger desprevenidamente. Es natural sentir fascinación y sobresalto, pero no anunciarlo a a una hora de un día indeterminado, y venderlo por entradas.
Lo de Wilko me parece una muerte a plazos con derecho al espectáculo para los que pagan la entrada. Ignoro cómo de "gestionarán" los aspectos técnicos y jurídicos de derechos de filmación. Supongo que cuanto más avance en su gira y en su enfermedad, la reventa de entradas se pondrá imposible.
Quizas solo sea falta de decoro, de estética. La estética, decía Kant, era un obligación para con los demás. No debemos obligar a los demás a sentir repugnancia por nuestro desaseo o mal gusto. Estoy de acuerdo. Y en estos tiempos esa sensibilidad por el decoro ha saltado por los aires.
De un punto de vista más terrenal, hay consecuencias. Es una venta más de la intimidad. Un mercado nuevo que se abre y que promete ser muy rentable. De ahí habrá derivadas, claro, como las ha habido de las ventas millonarias de la intimidad cada vez más íntima y sucia: la consecuencia primera es que el derecho a la intimidad de los que no quieren ir a ese mercado ya no tiene quien los proteja. Sólo si tienes dinero puedes defender tu intimidad.
Hace décadas, seguro que estas cosas se podían prohibir. Y la gente lo encontraba natural que se prohibiera. Ahora no. Voy a decir una herejía: es mejor que este prohibido, aunque sea injusto, y que la gente manifieste su desagrado por la medida, que la situación actual de permisividad total desorientada.
Es una desviación más de la sensibilidad colectiva, lenta pero continúa. No sé si será el primero, pero no será el último en convocar el espectáculo de su muerte, en esta autopista imparable hacia la decadencia.

De Quincey tenía toda la razón cuando decía que se empieza sorbiendo el Tea y se acaba matando ancianitas.

4 comentarios:

Antonio J. dijo...

Me ha salido un comentario por entregas, allá va la primera:


A mi entender la muerte no es un suceso privado. Y tampoco debe serlo.
La muerte en el "pensamiento tradicional" (entiéndase moral al uso hasta anteayer) nunca ha sido un hecho personal sino un "acontecimiento" social.
Y esa consideración no era sólo del hecho mismo de la extinción o el momento de la propia muerte, sino sobre todo de la presencia permanente de la idea y la realidad de la muerte lo largo de la vida. Se visitaba y honraba a los difuntos, se les celebraba velatorios en los domicilios, se vestía luto del cual se iba "aliviando" el deudo siempre paulatinamente, se encargaban misas "gregorianas" y "de cabo de año"; en definitiva se "cumplía" con lo que no era más que todo un elaborado proceso social de asimilación de la propia muerte a través de esa celebración ritualizada del fallecimiento ajeno lo que en términos psicológicos permitía conllevar el dolor impuesto por la separación del ser querido a la vez que ayudaba a la propia aceptación del fin y que en última instancia tenía en el riguroso luto anual de la Semana Santa la máxima exhaltación de su significado trascendente con oficios, ayunos y procesiones.

El "pensamiento moderno" entiéndase, (la pasta-sopa con que hoy nos alimenta la olla podrida televisiva que impone la moralidad social dominante) huye de la muerte tanto como de la vejez y en general de cualquier idea desagradable que imponga el más mínimo límite a la eterna adolescencia a que al parecer todos hemos de tener derecho aunque no queramos ni podamos pagarlo. Se ha hecho la LOGSE para algo qué caray.

Antonio J. dijo...

segunda entrega


Así, aprovechando el vacío formalismo en que gran parte de ese proceso había caído, ya que en gran medida se percibía cada vez más como algo meramente ritual y sin significado profundo fuera de la mera competencia a la hora de aparentar dolor y hacerse visible en tales acontecimientos, y en curioso paralelo al proceso que iba imponiendo la reclusión de los ancianos en asilos, poco a poco y casi por las mismas razones, se fue desarrollando en aras a la modernidad, se supone, otro proceso de instalación de asépticos tanatorios a las afueras de las ciudades con los que se “facilitaba” el cumplimiento del enojoso trámite sin necesidad de que el finado dejara la huella de su moméntanea presencia en algún domicilio particular.

Hoy, morirse no sólo es considerado ya como algo de mala educación, sino que además se ha aceptado que es algo que debe ser despachado cuando acontece con la máxima asepsia, rapidez y profesionalidad. Como si demorarse demasiado o implicarse personalmente en tales cosas fuera a impedir la vigencia de esa copla que tan gráficamente resume la moderna filosofía imperante: el muerto al hoyo, el vivo al bollo y se ha acabao.

Qué lejano aquello de Becquer cuándo se quejaba de lo solos que se quedan los muertos, quizá intuyendo la que se avecinaba.

Hoy vivimos en un proceso de negación absoluta de la realidad de la muerte quizá por la razón de que hemos negado toda trascendencia a la vida y puede que como contrapartida, estemos asistiendo a una presencia cada vez mayor de la exhibición de la decadencia personal que interesa en los medios siempre que vaya asociada a alguna adicción o una patología psíquica de fondo.

Negarse a someterse a un tratamiento contra el cáncer, no deja de ser una última muestra de friquismo adolescente envuelta en el celofán de una etérea rebeldía que en su día no se quiso curar tampoco y ahora simplemente da pereza afrontar sin ser tachado en su fuero interno de incoherencia.

Encaramarse a un escenario y agarrarse a una guitarra en comunión con su público para iniciar el tránsito a lo desconocido, a falta de crucifijo, estrella de David, corán, y demás asimilados que hagan sus veces, no deja de tener algo de ese alegórico sentido trascendente en un rockero moribundo, temeroso descreído y falto ya de cualquier referente espiritual.

Yo preferiría un cura y mi casa, más que nada porque en estos asuntos desconfío de las novedades frente a los acreditados oficios de la religión, pero hay gente pa tó, como dijo el torero, alguien, por cierto que mutatis mutandi tiene por costumbre hacer lo mismo que ese rockero descreído cada tarde a partir de las cinco…

Antonio J. dijo...

Dos últimas cosas, ya del mundo de los vivos:

1.- El desvarío johnmulleresco sobre la prima de riesgo se extiende cómo se puede ver aquí dónde Sánchez Quiñones lo propaga en El Confidencial http://blogs.elconfidencial.com/economia/informacion-privilegiada/2013/01/08/la-prima-de-riesgo-no-es-el-problema-7901

y aquí dónde Angel Oro se hacen eco de la gansada de Sánchez Quiñones con la ingenuidad del que ha descubierto la sopa de ajo http://procesos-de-aprendizaje.libremercado.com/2013/01/10/repitan-conmigo-el-problema-no-es-el-coste-de-la-deuda-sino-su-volumen-disparado/

Dos observaciones al respecto:a) ninguno cita a Muller lo que confirma su irrelevancia y b)la coincidencia apunta a que estamos ante un mantra con bendición gubernamental

2.- La viabilidad del euro sigue dando que pensar fuera de nuestras fronteras por supuesto, como se puede ver aquí(en 2 páginas):http://online.barrons.com/article/SB50001424052748703711604578143300296514658.html?mod=BOL_twm_col#articleTabs_article%3D1

www.MiguelNavascues.com dijo...

Me has aplastado, Anronio. Jajajajaajajajaja. Yo quería manifestar mi repulsa por hacer exhibicionismo de la propia muerte. En la historia hay mucho público en la muerte de los magnates, pero tenía una causa muy terrenal: comprobar que efectivamente se moría. Y podía nombrárse a los herederos. Como tambien se asistía al alumbramiento de la reinas, cosa que no les gustaría.
Y los tenues se vestían delante de la Corte, y Louis XIV comía delante de el pillo que visitaba Versailles. Si no no era querido. Tenía que dar fe de vida.