"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

martes, 5 de febrero de 2013

Homo homine lupus

Al final tenía razón Hobbes frente al buenismo de Rousseau: existe el poder porque el hombre está aterrado si le falta. Es un adicto a la reverencia. Es "drogodependiente" de una forma de vivir sometido, pues por instinto sabe lo que le pasaría si no así no fuera. Y según Hobbes, esto es completamente natural. Si no hay un poder que monopoliza la violencia, el hombre no está seguro frente a los demás. Homo homini lupus.

El poder es indivisible, decía Hobbes (aunque no descartaba que estuviera depositado en un grupo o asamblea y tuviera ramificaciones que lo hicieran más eficiente).

Jugar con el poder es peligroso. Hacer experimentos con él, como si no fuera un producto de la evolución histórica - como si se hubiera inventado recientemente, como hicimos en España en la Transición- lo debilita. Algunos piensan que eso es bueno, pero el poder debilitado da ocasión a que crezcan infinidad de poderes paralelos, ninguno capaz de sobreponerse a los demás, que pugnan entre sí a costa del ciudadano.

En eso estamos ahora en España. Hubo un periodo en que la Transición estuvo dominada por las cúpulas de los partidos más importantes: ni siquiera el primer gobierno de la Transición fue fuerte. Una vez se consolidaron las Autonomías, con derechos legislativos en competencia con la soberanía nacional, se extinguió el poder como tal. El gobierno central perdió su supremacía y el poder se disgregó entre 17 autonomías incontrolables. Estas autonomías acabaron teniendo un sólo interés. Ganar las elecciones y corromperse. A partir de ahí casi cualquier decisión nacional grave ha de pactarse con esos 17 poderes, cuyos intereses no son los de la entidad nacional. Simplemente no les resulta rentable, a menos que se trata de una nueva descentralización del poder.

El peor síntoma de España es que incluso las Autonomías más pobres y receptoras de fondos prefiere aliarse con otras frente al estado central, pues ya no son más que grupos de defensa de intereses espúreos.

El poder central supremo es necesario para que funcione la sociedad. No es que tenga que ser un poder omnímodo: puede descentralizarse, pero ha de ser reconocido como supremo por todos para que se eficiente. Tampoco quiere decir que el ejecutivo ha de concentrar los poderes legislativo y judicial en sus manos. Pero la separación de poderes ha de ser orgánica, no producto de un esquema teórico-jacobino. Hay razones de seguridad nacional que no deben ser cuestión de tribunales ordinarios. Cómo se conjuga eso con la justicia y la igualdad es una cuestión de arte, de saber hacer, no de ciencia.

Acemoglu y Robinson, en su libro "Why Nations Fails" establecen una relación histórica entre el poder centralizado fuerte y El progreso económico. El poder centralizado fuerte es el único capaz e proteger los efectos individuales frente a los abusos, la economía privada frente la tendencia a confiscarla, la seguridad de la inversión de riesgo y la innovación tecnológica frente a los despilfarradores. No hace más que explicar qué instituciones permiten que se cumpla el plan de Adam Smith, de una sociedad donde se permite que se desarrolle lo que fue la Revolución Industrial, y que fue la plataforma del desarrollo posterior que nosotros hemos tenido la ventura de conocer, en un periodo de paz insólito en Europa y España. Pero estamos a punto de despedirlo para siempre. Por supuesto, Adam Smith no fue el creador de esta sociedad, sino el observador perspicaz que saca la conclusiones correctas. Fue un notario, y lo mismo se puede decir de Acemoglu y Robinson, cuyo libro es un minucioso recuento histórico de naciones que han fallado, que se han estancado en el pasado, mientras otras lograban enganchase al tren de la historia.

El poder fragmentado crea una dinámica fatal de seguir fragmentandose. España esta en esa tesitura. Todos los poderes nominales de España están desacreditados y al borde de la insumisión (de unos frente a otros, de grupos inarticulados que cualquier aventurero podría articular), empezando por el Gobierno Central. Los políticos instalados en él son venales e incapaces (pero ¿hasta que punto no son así por la maquinaria de trituración que fue tejiendose en la Transición?)

Demasiados centros de poder, demasiados órganos legislativos y consultivos, demasiado coste en cada decisión, demasiada democracia nominal, demasiada impunidad de unos frente a otros. Demasiada negociación de cualquier decisión, demasiada ineficacia y paralización, demasiada desviación de recursos al puro electoralismo y la corrupción, mientras las escuelas, universidades, centros de investigación, se quedan vacíos. Imposible cualquier estrategia frente a los problemas, como la crisis. Demasiada dejación de responsabilidades. Demasiado aventurismo que nos venden como España, por delante de los demás, en Trenes AVES, Molinillos ruinosos, FITURES, ARCOS, farfolladas, gastos pueriles que pasan por avances irrenunciables.

No veo que la presión de Europa sobre nosotros se haya traducido en más seriedad, más selectividad del gasto, sino que la frivolidad ha desplazado definitivamente a la necesidad. Y es que los intérpretes del futuro son una asnos engreídos y corruptos. Estamos en manos de nuestro peor enemigo. Pero de alguna manera somos cómplices de él.

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