Mario Draghi ha demostrado ser un gran manipulador de los mercados con sólo su palabra. Desde el famoso "Whatever it takes", consiguió un hito coperniquiano en los mercados de deuda que de la expectativa de posible default de algunos países (y la ruptura del euro) pasaron a confiar plenamente en la canción de los fans del Liverpool: "You'll never walk alone"
Sin embargo, el otro día quiso hacer un nuevo truquito de magia, pero no salió la cosa muy bien. El tiro por la culata, diría yo. En la reunión oficial del jueves último, sino que el BCE estaba listo para actuar en junio si la deflación seguía siendo una amenaza para la zona euro. Tanta confianza tienen en él, que inmediatamente los mercados de deuda subieron, bajando las primas de riesgo, y el euro subió.
Lo segundo es catastrófico. En una situación muy cercana al ZLB, o trampa de la liquidez, con el tipo del BCE cercano a cero, la única salida a esta amenaza deflacionista es una depreciación del euro, especialmente en un contexto de represión de los déficits públicos. La depreciación del tipo de cambio permite expandirse por la vía de las exportaciones, y potenciar una mayores extectativas de inflación.
Ambas cosas son imprescindibles en la débil recuperación actual. Pero Alemania tiene un superávit exterior del 7% del PIB, así que no tiene prisa por estimular sus exportaciones, y tiene una presión salarial al alza, por lo que rehuye más que nunca la inflación. Alemania tiene objetivos contrapuestos a los nuestros a corto plazo. Lo malo es que el corto plazo no hace más que prorrogarse. O perpetuarse, más bien.
Ya van siete años de intereses macro contrapuestos. Eso ha llevado a una división del euro entre países acreedores y deudores, cada vez más unos y otros. Esto agudiza el antagonismo de intereses. Pero gracias a la palabra de Draghi, el euro aguanta bien.
En todo caso, la palabra de Draghi ya no es infalible; ha muerto de éxito: tanta confianza ha cosechado que le creen, y reaccionan en dirección opuesta a la deseada. Ya no le va a bastar unas gotas de agua milagrosa con isopo. Tarde o temprano tendrá que actuar de firme, con el permiso de Alemania, claro.
Sin embargo, el otro día quiso hacer un nuevo truquito de magia, pero no salió la cosa muy bien. El tiro por la culata, diría yo. En la reunión oficial del jueves último, sino que el BCE estaba listo para actuar en junio si la deflación seguía siendo una amenaza para la zona euro. Tanta confianza tienen en él, que inmediatamente los mercados de deuda subieron, bajando las primas de riesgo, y el euro subió.
Lo segundo es catastrófico. En una situación muy cercana al ZLB, o trampa de la liquidez, con el tipo del BCE cercano a cero, la única salida a esta amenaza deflacionista es una depreciación del euro, especialmente en un contexto de represión de los déficits públicos. La depreciación del tipo de cambio permite expandirse por la vía de las exportaciones, y potenciar una mayores extectativas de inflación.
Ambas cosas son imprescindibles en la débil recuperación actual. Pero Alemania tiene un superávit exterior del 7% del PIB, así que no tiene prisa por estimular sus exportaciones, y tiene una presión salarial al alza, por lo que rehuye más que nunca la inflación. Alemania tiene objetivos contrapuestos a los nuestros a corto plazo. Lo malo es que el corto plazo no hace más que prorrogarse. O perpetuarse, más bien.
Ya van siete años de intereses macro contrapuestos. Eso ha llevado a una división del euro entre países acreedores y deudores, cada vez más unos y otros. Esto agudiza el antagonismo de intereses. Pero gracias a la palabra de Draghi, el euro aguanta bien.
En todo caso, la palabra de Draghi ya no es infalible; ha muerto de éxito: tanta confianza ha cosechado que le creen, y reaccionan en dirección opuesta a la deseada. Ya no le va a bastar unas gotas de agua milagrosa con isopo. Tarde o temprano tendrá que actuar de firme, con el permiso de Alemania, claro.
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