"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 31 de mayo de 2014

Las desventuras de la Libertad (en España). Comentarios

No sé si el título del libro de Pedro J Ramírez es afortunado; lo veo un poco anodino. No da cuenta de su importancia, pese a que describe una época mal conocida de nuestra historia. Mal conocida y, por otra parte, aleccionadora sobre el fracaso que ahora mismo estamos viviendo. Resuenan en ella ideas vivas de hoy y, sobre todo, errores más vivos todavía. Además, las desventuras no son de la libertad en general, sino en España, mientras en otros países estaba floreciendo y madurando.
Como no soy historiador, no me comprometo sobre la certeza de la visión del autor, pero creo que lo importante es la impresión general que se desprende del conjunto de hechos, por otra parte muy documentados y narrados con gran pericia y agilidad. Esa impresión general es la que me parece que ayuda a entender la debilidad que nos acosa ahora, y con unos protagonistas curiosamente descendientes directos de aquellos. 
Los hechos son la definitiva caída del liberalismo español después del trienio liberal (1820-23), y la vuelta del más feroz absolutismo de Fernando VII, el rey felón, un verdadero desalmado capaz de traicionarse a sí mismo. 
Sin embargo, el liberalismo español fracasa, digámolos desde el principio, por sus propias debilidades, fruto éstas del radicalismo doctrinario pueril,que alimentó los gobiernos durante ese trienio. Para Fernando VII fue muy fácil dejar que los mismos liberales se enredaran en su propio galimatías de ideas fantasmagóricas impracticables, como unas Cortes independientes totalmente del gobierno, hasta el punto que un ministro no podía ser diputado, y un ejecutivo que presidía el rey, un rey que detestaba la menor concesión de poder absolutista. Todo esto, además, para un pueblo que no creía en el liberalismo. Una situación insostenible pero con la que los liberales creían que estaban dando lecciones al mundo, cuando el mundo enrededor llevaba ya varios años practicando, mal que bien, el gobierno de la monarquía parlamentaria, siguiendo la estela de los que Gran Bretaña había conseguido hacia más de un siglo con su Revolución Gloriosa.  Es decir, un pacto entre las fuerzas sociales-parlamentarias y la corona. 
Insostenible también porque el pueblo llano no había digerido la Constitución de Cádiz, tan doctrinaria como inservible. Ellos, el Pueblo, se había lanzado con piedras y estacas a combatir y expulsar a  Napoleón por dos ideas: la Iglesia y el rey, Fernando VII, llamado el "deseado", que creían secuestrado por Napoleón. El deseado traicionó a todos nada más volver a España de su exilio dorado pagado por Napoleón, pero al que menos engañó fue al pueblo, pues casi nadie se había entusiasmado con la constitución de Cádiz, demasiado intrincada para un país en su mayor parte analfabeto, católicista y monárquico. 
El 1820, la sublevación, en Cádiz, de las tropas que iban a ser enviadas para sofocar las primeras rebeliones de las colonias americanas (un razón para la definitiva independencia de aquellas) arrastró al ejército, que se impuso al rey. Fernando, indefenso ante el ejército liberal, se sometió a la reinstauración de la constitución del 12 ("vayamos todos juntos, yo el primero, por la vía de la Constitución"), al mismo tiempo que se puso a conspirar con las monarquías extranjeras para que intervinieran en España y le devolvieran sus poderes. Era cuestión de poco tiempo. 
El libro empieza cuando el rey, prisionero de hecho del gobierno que él preside (sic) emigra a Cádiz ante el avance de las tropas monárquicas enviadas por las monarquías europeas (excepto la británica, que no estaba de acuerdo con los liberales españoles, pero tampoco con intervención de sesgo absolutista. Se reservaría el papel de mediador intentando establecer en España un parlamentarismo monárquico). 
Durante ese viaje sin retorno, salvo para el rey, éste se hace el contentadizo mientras sigue comspirando con las monarquías invasoras, sabiendo a ciencia cierta que tarde o temprano sería liberado. Los invasores, mandados por el duque de Angulema (sobrino del rey de Francia), se sorprenden al ver que son bien recibidos por las poblaciones por las que pasan. Cuando llegan a Madrid, Angulema establece una Regencia, desgraciadamente de personajes más "papistas que el Papa", que se dedican a represarliar a todo sospechoso de haberse arrimado al liberalismo. No es lo que quiere Angulema, cuyo plan es liberar al rey, que este decrete una amnistía y se avenga a establecer un régimen parlamentario moderado, con una segunda cámara legislativa designada por el rey. 
Angulema, controlada la situación en el país, se dirige a Cádiz, plaza sitiada en la que el gobierno liberal se empecina en no ver las ofertas del gobierno británico y de Angulema para encontrar una solución negociada. Repentinamente, el gobierno no tiene ejército -sus mejores generales han desertado o pactado con el enemigo- y las fuentes financieras se le han agotado por traición de su comisionado en Londres. En ese momento el rey, astuto, se da cuenta que a él le conviene una rendición incondicional sin negociación posterior, es decir, la aniquilación total del liberalismo. Responde, con el fatídico acuerdo del gobierno, de manera altanera a las propuestas de Angulema, y ahí termina la última oportunidad de un moderantismo en España para muchos años. 
¿No hay algo de aquella España en la España actual, en esa dislocación, en esa incapacidad de encontrar un terreno común de intereses, en esa dependencia de Europa para que resuelva nuestros conflictos, muchas veces totalmente metafísicos, derivados de ideas ajenas mal digeridas? 
No veo arriesgado decir que muchas líneas maestras de nuestra historia reciente se cocieron ahí y, desafortunadamente, cuajaron en una arcilla reseca y dura, que canaliza nuestra política hasta hoy, aunque nos empeñemos en negarlo. Igual que los liberales de antaño, nos empeñamos en legitimismos y dogmatismos que en realidad no se han practicado en ninguna parte, en ningún tiempo. El siglo XIX español, que es para Europa de consolidación del parlamentarismo y de la revolución industrial, y de expansión colonial, es para España todo lo contrario: convulsión, pobreza, pérdida de posesiones, consecuencia de la debilidad. Sólo al final, en 1876, con la Restauración, De Cánovas, España se reengancha a la línea mayoritaria europea. 
Creo que el libro es un buen campo de prueba para una historia de la ideas en España; pero no las de los académicos sólo, sino las que corren libremente por ahí. Lo que Ortega y Gasset llamaba las creencias, esas ideas-fuerza sobre las que reposa lo demás. Sobre todo la convivencia. 


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