"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

sábado, 14 de mayo de 2016

Enzensberger sobre paraísos

Perspectivas ultraterrenales. El paraíso de los musulmanes promete a los creyentes lo que la realidad les deniega: vegas verdes en vez de desiertos de arena; bellas huríes en vez de mujeres inalcanzables y homosexualidad por necesidad; ricos manjares que desaparecen como el humo en vez de amenazar con el cólera o la disentería. Ese paraíso obedece, como negación exacta de la realidad social, a una lógica estricta. 
El cristianismo conoce dos paraísos que rivalizan extrañamente. Por un lado, el Edén, nacido de viejas fantasías orientales. Es sensual y abunda en descripciones suculentas: vegetación exuberante, reconciliación con la naturaleza, los humanos están desnudos, no trabajan. Por otro, el paraíso celeste de la doctrina pura, regido por el anacronismo paralizador de la imaginación y generador de tedio eterno. 
En Europa el miedo al infierno siempre fue más fuerte que el deseo de tales recompensas. Así, el catecismo se vence a sí mismo con sus propias armas, y la religión engendra la neurosis. A mí, antes, incluso me escandalizaba el Edén. 
De niño me pareció que un paraíso no merecía ese nombre si contenía carteles del tipo «no escupir en el suelo», «los perros deben llevarse con correa» o «prohibido comer manzanas». Hoy pienso distinto al respecto. Porque la prohibición regalaba a los habitantes del Edén la libertad y el tiempo: el tiempo de antes y el tiempo de después. La manzana era el máximo placer que ofrecía el jardín. Abría la trampilla, la salida de emergencia, prometía eros e inteligencia. Sin el fruto prohibido aquel lugar habría sido una cárcel. De un paraíso se debe exigir que uno pueda abandonarlo cuando se ha hartado de él. Eso también es válido para los paraísos políticos de la índole de aquellos que auguraba el comunismo.

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