Es conocida la opinión de Keynes de que los gobernantes y demás gente de elite están gobernados, poseídos, o limitados por las ideas expresadas muy anteriormente por alguien desconocido. En economía, dice, son esclavos de un economista difunto.
Es algo parecido a lo de Ortega y Gasset: la gente se cree gobernada por la soberana razón, cuando el realidad su vida y sus actos se asientan en creencias contradictorias. "Ideas y Creencias" es uno de los mejores títulos de Ortega, y es de plena vigencia, lo que uds pueden comprobar simplemente hablando con la gente de cualquier tema de actualidad. La gente tiene -tenemos- creencias muy arraigadas que nos acompañan casi toda la vida, y sólo en casos excepcionales nos esforzamos en actualizar las mediante ideas abiertas y sometidas a crítica.
He dicho casi, porque Proust me hizo ver que la gente puede estar convencida de una cosa y, al final de su vida, repentinamente cambiar de creencia. Si pensamos en familiares a los que hemos visto toda nuestra vida, podrán recordar una tía, un primo, que fue toda la vida furibundamente de derechas, y repentinamente se hizo furibundamente de izquierdas. Conozco casos de rupturas familiares por esos cambio repentinos, como ese personajes de Proust, Swann, judío rico, acogido en la sociedad más noble y elitista por su buen gusto, y que al final "vulgariza" su vida voluntariamente para casarse con una mujer mediocre que le obliga a desertar de la alta sociedad, en la que ya no toleran su presencia.
Keynes habla de economía, y tenía fundamento para decir lo que dice. Siempre estuvo próximo a los aledaños del poder como asesor, pero al que casi nunca hicieron caso; como cuando desaconsejó introducir la libra en el patrón-Oro en 1925, que explicó en "the Economic Consequences of Mr Churchill", con pleno acierto en sus predicciones. Un librito, por cierto, de plena vigencia hoy.
Keynes:
[T]he ideas of economists and political philosophers, both when they are right
and when they are wrong, are more powerful than is commonly understood.
Indeed the world is ruled by little else. Practical men, who believe themselves to
be quite exempt from any intellectual influences, are usually the slaves of some
defunct economist. Madmen in authority, who hear voices in the air, are
distilling their frenzy from some academic scribbler of a few years back. I am
sure that the power of vested interests is vastly exaggerated compared with the
gradual encroachment of ideas. Not, indeed, immediately, but after a certain
interval; for in the field of economic and political philosophy there are not many
who are influenced by new theories after they are twenty-five or thirty years of
age, so that the ideas which civil servants and politicians and even agitators
apply to current events are not likely to be the newest. But, soon or late, it is
ideas, not vested interests, which are dangerous for good or evil.
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