"How can I know what I think until I read what I write?" – Henry James


There are a few lone voices willing to utter heresy. I am an avid follower of Ilusion Monetaria, a blog by ex-Bank of Spain economist (and monetarist) Miguel Navascues here.
Dr Navascues calls a spade a spade. He exhorts Spain to break free of EMU oppression immediately. (Ambrose Evans-Pritchard)

viernes, 23 de febrero de 2024

El problema de la emoción nacional I

Como dice Javier Bilbaotodos los bienintencionados intentos de reconstruir una idea fuerte de nación española frente al separatismo, han fracasado. Él cita en su artículo varios nombres de esos vanos intentos, pero basta recordar el intento de Aznar de sembrar la idea de “patriotismo constitucional” para comprender el motivo de esos fracasos (fracasos nada sonoros, dado el escaso vuelo que llegaron a alcanzar). 
En realidad, históricamente mucho antes fue la emoción nacional que la práctica democrática - salvo quizás en EEUU, donde nacieron a la vez -. 
El fracaso fue porque eran propuestas meramente racionales, y con la razón no se genera una emoción colectiva. Es fácil ver que en las naciones donde se ha forjado una creencia fuerte en una patria común, fuera luego a desembocar, o no, en democracia, fue por otras vías mucho menos racionales.
Un ejemplo de nacionalismo fue el de Inglaterra. En Inglaterra se fue forjando un patriotismo en torno a su corona y sus triunfos bélicos; alcanzó su culminación cuando el apogeo de su gran Imperio, todavía añorado y soñado gracias a la Commonwealth, una idea brillante para conservar un estado anímico en torno a la fuerza que un día lejano se sintió. Gran Bretaña no luchó contra Hitler por una idea racional de defensa de su democracia, sino por una emoción que abarcaba el mito del Imperio, además de sentir una querencia por su Libertad como valor patriótico. 
Hay un contra ejemplo que permite ver que las vías por las que se llega a fortalecer la idea de patria son únicas e irrepetibles. Irlanda forjó su patriotismo en torno a su catolicismo versus el protestantismo inglés que la colonizaba. Por cierto, algo así decía el Papa Juan Pablo II sobre el catolicismo polaco, firme aliado de su profundo patriotismo. 
En cambio Francia dio un gran impulso a su amor patriótico en la Revolución Francesa, laicista, que inventó la “ciudadanía en armas” contra las monarquías europeas que intentaron sofocarla. No hay duda de que el patriotismo francés goza de buena salud... todavía, pese a la masa migratoria que no se ha adaptado a los valores republicanos. 
En el caso de España tenemos un extraño caso: España ha tenido un gran Imperio, ha creado una civilización en América, ha tenido brotes de nacionalismo que se pueden rastrear en El Quijote, donde Cervantes se muestra más orgulloso de haber luchado en la batalla de Lepanto que de su grandiosa obra literaria... el capítulo “Las armas y las letras” está dedicado a explicar por qué es más noble el ejercicio de las primeras que de las segundas. 
Pero ese espíritu no ha prendido. Nosotros somos un país inmerso en el pesimismo sobre sí mismo. Y todos esos bienintencionados esfuerzos racionales por resucitar un espíritu nacional  han sido tan vanos como explicar el arte de los toros con las matemáticas. No es que no haya ciertos brotes de sinceros patriotismo emocional. Pero me ha parecido siempre una minoría menguante, incapaz de transmitir sus sentimientos. Que Dios nos lo se conserve. 
La raíz última de esta rareza española es de difícil investigación. Hablan del efecto boomerang de la Leyenda Negra, creada por los enemigos de España cuando estaba en sus mejores momentos. Aguardaré a otro post para desarrollarlo.
En suma, no hay democracia si debajo (es decir, antes en la historia) no existe una fuerza emocional que hace evidente por sí misma la conveniencia para todos de vivir en una tierra que sientes tuya sin más explicaciones. Tu patria es tu casa, a la que añoras mucho cuando te ves obligado a vivir lejos de ella. Yo eso lo he visto en republicanos exiliados, que pasaban por tu lado, te oían hablar español y no podían evitar tirarte de la manga y pedirte: “repite esa palabra por favor, que llevo años sin oírla”. Eso es la patria: un sentimiento, una nostalgia, que se puede analizar racionalmente a posteriori, pero imposible de edificar sobre razones muy bien trabadas, pero frías y que no moviliza a la gente para dejarlo todo y defenderla con su vida; lo que quizás sea la última prueba de que hay algo indefinible, común a todos, que vale la pena porque sí, aunque lo lógico es hacer todo lo posible para que no haya guerra. 

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