La guerra de Ucrania nos está mandando un aviso tenebroso. Me temo que, sin quererlo, todos estamos implicados en esta guerra que yo espero que se contenga en la geografía en la que hoy tiene lugar.Detesto la guerra con todas mis fuerzas. Casualmente, acabo de leer un libro que habla de la guerra, aunque no sea su tema central. Casi mejor, porque las descripciones del protagonista son subjetivas, y por ende, reflejan mejor el destrozo de la guerra en el alma de los hombres que no tienen más remedio que ir. Un destrozo para toda la vida, que el paso del tiempo no puede curar, pues el olvido es imposible. Durante toda la vida, con más o menos intensidad, se recuerdan obsesivamente las horrendas imágenes a las que se ha tenido la mala suerte de asistir.
El libro se llama “Oona y Salinger”. El autor es un escritor francés, Frédéric Biegbeder. Yo lo he leído en francés, pero está traducido. Trata de la relación, breve y truncada por la guerra, que tuvieron Oona O’Neill y JD Salinger, antes de que ambos se hicieran famosos por muy diferentes razones. Ella era la hija de Eugene O’Neill, premio Nobel de literatura, y él llegaría a ser un gran escritor, de un solo libro, del que se llegarían a vender decenas o centenares de millones de ejemplares: El Guardián entre el Centeno, supongo que les sonará.
Ese amor apasionado lo truncó la guerra, pues Salinger fue reclutado en el año 1942 cuando EEUU declaró la guerra al Eje. Por su dominio del francés y el alemán, fue formado en el contraespionaje, en el que a su vez formó y aleccionó a centenares de nuevos reclutas. Eso le evitó algunos riesgos físicos, pero los horrores que cuenta que vio inducen a pensar que hubiera preferido morir antes que guardar indeleblemente esas imágenes.
No voy a reproducir ninguna, pero sí que cuando participó en el desembarco de Normandía, el Día D, en una las últimas arengas a los soldados, el jefe de la unidad les dijo- cito de memoria - “cuando desembarquéis los de la segunda oleada, no os paréis a ver los heridos y muertos de la primera, pues seréis liquidados sin remedio. Mejor pasad por encima de ellos, así no caeréis todos. Los del primer ataque sabían que iban a morir. Se inscribieron el el casco “ave cesar, los que van a morir te saludan”.
¿Cómo podían aguantar de pie, sin dormir, 50 horas, viendo alrededor a sus compañeros caer tronchados por las balas y las dinamitas? todos iban adecuadamente colocados, dopados, con anfetaminas y alcohol, que les quitaba el miedo y les sostenían físicamente. Todos los ejércitos tenían su farmacia donde no faltaba las ni las anfetas y el vodka. Se llamaba el “cóctel báltico” a la combinación pastilla y snarp, usado por los alemanes.
A Salinger la dos guerra le truncó tanto su vida, que fue incapaz de escribir algo sobre ella, salvo en las cartas que le escribía a su amor Oona, quien por su parte rompió con él y siguió su vida, y cuando tenía 17 años se casó con Charles Chaplin, casi 40 años mayor. (lean el libro, si quieren saber más.)
Acabada la guerra, Salinger fue incapaz de volver a ser normal, y se refugió en el centro un cerrado de un bosque. Así, hasta el final de sus días.despies de Guardián, no volvió a publicar nada.
La guerra me parece una monstruosidad, iba a decir inhumana, pero trágicamente es lo que ha hecho el hombre con más denuedo y frecuencia. Dudo que haya un sólo año de la historia en que no haya habido una guerra en algún rincón de mundo.Ergo la guerra es más que humana, humanísima. Debemos aceptar que está arraigada en el genoma humano.
Me metería a pacifista, si no fuera por que todos los más pacifistas que he leído han sido vitalmente fracasados y no han conseguido nada. Nadie les ha hecho caso.
Poco antes de 1914, Norman Angels Publicó “La gran ilusión” que pretendía mostrar que la guerra no tendría lugar precisamente por la enorme cantidad de bienes que se habían acumulado en La Paz, que serían destruidos, dejando a lo suyo países miserables destrozados. Fue un best sellers que no tubo ningún efecto pese a su amplia difusión. En realidad estaban todos de acuerdo con él, pero la I WW fue una concatenación de decisiones neutras, pero todas juntas llevaron a una guerra de grandes matanzas mundiales.
Vean por ejemplo a Stefan Zweig, o su amigo ROMAIN ROLLAND... Igual que los ilusorios intentos tras La Paz de formar organizaciones - Sociedad de Naciones, ONU, etc - para evitar otra guerra... que siempre llega tarde o temprano. Esa es la historia de la humanidad.
Los pacifistas raramente han podido parar o siquiera frenar una guerra cuyos mecanismos psicológicos y materiales parecen cobrar autonomía un amplió vez puestos en marcha. Lo suyo que ya se han encarrilado a ella ya están programados para seguir adelante, pase lo que pase. Además hay tratados internacionales firmados, que pautan las primeras decisiones, no necesariamente directamente al frente, sino a un paso más que recorre la cadena que, fatídicamente, desemboca en el campo de batalla. Se llama la cadena de mando. La cadena de mando del enemigo tiene por obligación reaccionar a esa propuesta que ha llegado a la mesa, en la que más los presentes se enfrentan a un escenario muy distinto. Su decisión tendrá que ser la más dura pues sino, el enemigo deduciría un signo de debilidad. Habrá discusiones, pero será el jefe de mayor categoría el que debrá ponerse en la posición decisiva, difícilmente amistosa, pues el riesgo de transmitir imagen de debilidad o dubitativa al enemigo obedece alentar a éste a atacar antes.
Eso hace desarrollar una lógica infernal que favorece los acontecimientos que luego, tras la exterminación, serán lamentados.
Pero los señores de la guerra son instruidos así. No tienen una lógica alternativa. Muchos no quieren la guerra, pero ellos pertenecen a una cadena de mando que sólo en caso de insubordinación, severamente castigada, puede interrumpir la férrea lógica... que volverá a funcionar en cuanto se solucione el pequeño desbarajuste y se repare el eslabón interrumpido.
Todo esto no quiere decir que no haya guerras justificadas, como la defensa contra un ataque alevoso. Cuando Churchill no quiso rendirse a Hitler, sabía que éste iba a intentar invadir y aniquilar Gran Bretaña, pero tenia la fundada sospecha que hitler no cumplía su palabra: era inútil firmar con el una paz con puntos falsos.
Sí, hay guerras justas que sin inevitables. Las guerras justas no evitan, sin embargo, las muertes, atrocidades mentales y físicas, que pueden ocupar para toda la vida el alma herida.