A veces pienso que el secreto de la economía es ponerse en el lugar del sujeto que ha de tomar una decisión económica en una circunstancias determinadas.
Los "clásicos" (en sentido amplio) razonaban sobre un sujeto universal, llamado el Homo Oeconomicus, una abstracción del ser humano que se suponía ayudaba a llegar a conclusiones válidas. El H.OE de los clásicos (los marginalistas en realidad, pues los clásicos de verdad sabían distinguir entre trabajadores, capitalistas, empresarios, rentistas...) fue un gran avance hacia la abstracción matemática. Lo malo es que ese avance uniformó demasiado a la sociedad sujeto de estudio. Pasó de ser una sociedad compleja y de grupos con intereses opuestos a una sociedad homogénea, en la que todos los miembros tenían un mismo interés: ganar la renta mayor posible.
Se suponía que todo individuo estaba dotado con la misma capacidad intelectiva y cultural. Si no era así, podía adquirir conocimientos a través de la experiencia. No se decía expresamente siempre, pero los sujetos eran iguales en dotación.
Esto simplificaba enormemente la solución del modelo. En una sociedad libre económicamente, cada sujeto podía escoger entre ser trabajador por cuenta ajena, capitalista, rentista... Pues las decisiones que debía tomar eran en esencia las mismas. El trabajador debería elegir entre trabajar o no. Si quería un sueldo más alto que el que le daba el mercado, entonces estaba eligiendo el ocio. Los parados eran "voluntarios" en el sentido de que si el mercado es libre (sin sindicatos ni oligopolio a empresarles), habría un salario determinado por el mercado para cada oferta (o especialización de cada uno).
A su vez, el que decidía ser empresario, encontraría la financiación para montar y gestionar su empresa. El dinero que ganara, lo gastaría inmediatamente en contratar más gente y o ampliar la empresa. Aquí entra en ayuda la ley de Say, que se basa (como explique en un post anterior) en la esterilidad del dinero. El dinero no es rentable, por lo que la gente que ha cobrado su paga o su beneficio lo gasta rápidamente en consumo y/o inversión. No hay atascos del tipo de los que vemos ahora que serían, según ellos, debido a rigideces institucionales de mercado.
La ley de Say ayuda también a explicar la igualdad permanente entre ahorro e inversión. Cuando el ahorro aumenta por encima de los fondos que necesitan los inversores, el tipo de interés baja, lo que mueve ambos lados del mercado hasta que se equilibran. Lo mismo pasa con el empleo y el paro. Basta que el salario se ajuste para que el paro desaparezca.
Los infinitos mercados están conectados, pero a través de los precios, que son señales que han de observar los "productores" (empresarios, trabajadores y ahorradores), para detectar donde hay excesos o deficiencias de la oferta para obtener una ganancia adicional (comprando más barato o vendiendo más caro de lo habitual), y de paso cerrar el bache de demanda u oferta de ese mercado.
Los problemas de coste de información y de falta de información e incertidumbre, así como de asimetría en la obtención de la información, no tenían cabida. (Ahora la tienen, pero extrañamente, los modelistas conservadores se las arreglan para obtener resultado similares).
Este paquete es lo que Keynes llamaba los "Clásicos", aunque ya he dicho que, en rigor, yo no metería a Adam Amith o a Ricardo, los clásicos de verdad, en el mismo grupo. Por otra parte, Keynes no dudaba en utilizar el instrumental analítico de los marginalistas a los que criticaba, como en su modelo de determinación de la inversión Por la eficiencia marginal del capital. (Aunque a la hora de hablar de los mercados financieros ese instrumental marginalista se le quedo pequeño. En cuanto metes la especulación, en sentido amplio, es difícil agarrarse a la realidad con dicho instrumental.)
Keynes se rebeló contra este paquete en distintos puntos. Para mi lo que mejor hizo fue aplicar una lógica "clasica" a una realidad más compleja y menos perfecta. Empezó por separar bien los grupos sociales y sus intereses: ya no eran concidentes, y la búsqueda del interes particular no lleva ya a lo mejor para todos. ya no había Homo Orconomicus, sino gente que trabaja duramente para comer (que no lógica entre trabajo y ocio), gente que tenía un capital financiero (por herencia generalmente) que se dedicaba a prestar ese capital o ahorro a unos empresarial productivos que debían obtener beneficios la tapar devolver el préstamo y los intereses al banco o al prestamista último.
Deshacer ese engaño (con coincidencias ideológicas evidentes) lo llamo Keynes desvelar la "Falacia de la Composición" que consiste en pensar que un conjunto orgánico es igual a la suma de las partes. Los clásicos pensaban que la economía era la suma de decisiones de sus individuos, guiados por su interés y su razón. Keyenes desveló que no siempre las acciones individuales y racionales llevaban al óptimo.
Rara vez, si es que alguna, la sociedad se haya compuestos de pequeñas e ingenuas empresas compitiendo entre sí, con pocos trabajadores, y bajando los precios a beneficio de los trabajadores/consumidores y en perjuicio del beneficio. lo que es seguro es que en los años de Keynes eso se había acabado -si es que alguna vez había existido una sociedad sin oligopolios, sin grupos de presión, y sin agrupaciones de trabajadores. En todo caso, tras la Primera Guerra Mundial, eso se había muerto. Antes, los grupos sociales no estaban igualmente representados en las instituciones. El Parlamento británico era elegido entre un censo electoral exiguo, que excluía a las mujeres. Por lo tanto, en el gobierno había un peso casi exclusivo de políticos inclinados a defender al rentista y mantener incólume el margen de beneficios. Además, el gobierno tenía que gobernar sobre un gran imperio, lo que exigía grandes recursos que había que financiar. Esa financiación venía de los rentistas, a veces a costa de los empresarios y trabajadores que veían mermada la oferta de fondos para inversión. El tipo de interés de la deuda perpetua era entonces (según Niall Ferguson) de un 4%, y no pagaban apenas impuestos. Los impuestos, sueño de todo austérico, eran muy bajos. Un Imperio requería recursos financieros y soldados: estos eran en su inmensa mayoría reclutados entre las clases bajas. El oro se encargaba de la estabilidad de precios.
Keynes, en su modelo, enfrentó entre sí los intereses, ciertamente dispares, de estos tres grupos, y demostró que hay circunstancias que incitan a decisiones erróneas. Los trabajadores no tenían por que someterse a esa ley simplista del mercado del salario más bajo a cambio de horas ilimitadas. No es que Keynes opusiera una ley moral, es que los seres humanos, cuando pueden, se agrupan para romper tales "leyes". Lo mismo los empresarios, que no aceptaban pasivamente la "competencia perfecta", porque nunca lo han hecho. Y los eufemísticamente llamados "ahorradores", en realidad herederos de las clases altas, tenía su principal baluarte el el gobierno, al menos hasta la Primera Guerra Mundial.
Estos grupos competían entre sí en distintos terrenos sociales por lo que consideraban sus derechos, con ventaja para los rentistas, hasta que la guerra acabó con ellos. La deuda del estado cayó por los suelos, los hombres que habían sobrevivido a la carnicería pedían explicaciones y representación, y las mujeres también, y lo consiguieron. Surgio un partido Laborista con una amplia base aindical. La guerra azuzó el descontento, y nada más acabar, el panorama social e institucional cambió radicalmente.
Keynes, en un modelo muy sencillo, al menos introdujo una realidad social creíble, obteniendo resultados totalmente distintos. Resultados discutibles, pero que la crisis, como dice Krugman, ha ratificado por goleada.
En efecto, desde la crisis, la teoría de la trampa de la liquidez ha sido evidente: no se ha producido la hiperinflación pronosticada por los austéricos, pese a la política monetarias expansiva; los tipos de interés no han subido a los cielos, al contrario; y el multiplicador bancario se ha confirmado que existe, al menos cuando en una Gran Recesión se contrae el gasto público.
También se ha corroborado, gracias al euro, que el modelo clásico -el modelo europeo/merkeliano-, ha sido un estruendoso fracaso. En realidad ha sido una prueba viviente de la dureza del patrón oro gobernado por unos cretinos; el patrón oro sobrevivió gracia a la inteligente coordinación bajo cuerda de los Bancos Centrales principales, que suavizaba las subidas de tipos de interés cuando había salidas de oro de un país a otro. Ese espíritu de cooperación ha brillado intensamente por su ausencia en la gobernación del Euro (aunque el BCE haya abierto a veces la mano con programas como el ELA, pero sin grandes resultados). Es decir, el euro, ha sido asfixiante como el oro, pero sin esa complicidad inteligente entre los máximos responsables que atenuaba los choques.
Keynes fue un gran crítico del Patrón Oro y su restauración en 1925, cuando publicó "Las consecuencias económicas de Míster Churchill", entonces Canciller del Tesoro (que tambien era reacio a ello. Pero estaba obligado por el Gobierno y el Parlamento). Las previsiones de Keynes fueron una vez más acertadas y el reingreso de la Libra en el oro supuso una fuerte contracción, deflación y un ingente paro. En 1931 la libra abandonó el Patrón Oro.
En realidad, como dice Hyman Minsky (y reconoció Friedman), Keynes fue un gran economista monetario, pese a haber pasado a la historia por su política fiscal anticíclica: una simplificación excesiva. Lamentablemente, su enfoque desapareció rápidamente, por el abuso de sus recetas que hicieron los políticos y la batalla ganada por los racionalistas en la Academia.
Su principal mensaje fue que hay situaciones de emergencia en las que todos los grupos se convierten en ahorradores, sean trabajadores, empresarios, o rentistas, y eso desata un serie de efectos cumularivos que contraen la demanda y los ingresos de todos. No existe para eso "coordinación espontánea" que devuelva la confianza, al revés: mientras el deseo de ahorro aumenta, la renta de los que intentan ahorrar cae, lo cual impulsa una nueva ronda de ahorro. La caída del tipo de interés puede no ser suficiente para restablecer una inversión acorde con el pleno empleo. Es más, no hay nada que garantice el final del proceso y la vuelta a la situación anterior. La inversión no va a aumentar por mucho que caigan los tipos de interés, si las expectativas de ventas son inciertas: la inversión no depende del coste de financiación, sino de unas rentas esperadas en el futuro, a su vez dependientes de las ventas. Esta descoordinación frecuente entre ahorro e inversión es una de las aportaciones más importantes de Keynes, y creo que debe mucho a su enfoque sociológico.